sábado, 16 de junio de 2012

palomita al día uno

21:06
Comienza a no ser tan buena idea. Experimentar experimentando. Me siento cansada de nada. Atrapada a fuerzas. Y tengo hambre. Y no un hambre de se me antoja esto. Un hambre de dame lo que sea me sabrá tan bueno. Un pedazo de apio. Una mordida de un tomate. Un bombón blanco. Mi estómago está como hoja en blanco.

Leí.

Escribí, escribo.

Recordé.

Escuché música. No hice ninguna otra cosa más que escuchar. XX, Cash, Wilco. A nadie le sorprende que he retomado la práctica de escuchar música y nada más. Tal vez no es sorprendente. Es sentir. Olvidarse de lo demás. Escuchar y sentir. Como si fueras las voz de Cash o los acordes que nunca podré tocar. Que entran por las venas. Palpitan. Juegan con los vellos de la piel.

Celebro que no celebré mi graduación. La celebré en el repudio al protocolo. Porque no me sale fingir. Siempre finjo, pero como a todos nos llega a suceder mientras mentimos, la mirada, las palabras, el apretar los labios, o mover demasiado la pierna es que estamos mintiendo.

Celebro también que ha pasado un día. El día más fácil.

¿Me levantará el hambre?

Mi departamento está negro y en silencio. La única luz que ilumina mi cara, mi cuello, mis brazos y parte de mi cuerpo es la blanca de la computadora.

Imaginaba que por un estado de sobriedad y desapego surgiría una lucidez mórbida, catapulta de una fuerza que sólo deberá acrecentarse. La sigo esperando.

Evito acostarme. Extraño al extraño que a veces habita en ella y me dice cualquier cosa para hacerme sentir que existe una yo que otros conocen y yo desconozco. Hace un día y medio aborrecía al extraño. ¿Será que me he acostumbrado? Y ahora me desacostumbro. No quiero que el querer a alguien sea costumbre. Quiero quererlo porque lo quiero, tal vez ni siquiera entender el por qué y cuando pregunte ¿Qué es lo que te gusta de mí? Inventarlo todo sabiendo que ni yo lo sé y eso es lo que más me gusta. No saber.

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