miércoles, 29 de febrero de 2012

pequeñas sorpresas

Cíula -Lucía no puedes dejar de literaturizar todo. Cuando cocinas estás hablando con estas frases rebuscadas y filosofando en cualquier estupidez. Hablas con una cuchara y con un pedazo de carne. Que podría ser un pedazo de animal muerto. Pero ahora sólo lo convertirás en mierda y estás hablando con él.
Lucía -Gracias Cíula, me has recordado que casi todo lo que introduzco a mi boca será convertido en mierda. Pero es que tú siempre estás esperando tener toda la atención.
Cíula -Quiero salir.
Lucía -Siempre quieres salir, siempre quieres tomar, siempre quieres fumar, siempre quieres un chocolate, coger, un dulce, un café.
Cíula -Siempre ¿por qué no?
Lucía -Porque el siempre te aleja de realmente disfrutar salir, tomar, fumar, un dulce o un café. Porque una vida llena de placeres también llega a ser vacía.
Cíula -Lo que pasa es que tu nunca quieres salir, nunca quieres tomar, nunca quieres fumar, nunca quieres coger, rara vez dejas que consumamos un dulce y bueno sí lo que en menos objetas es sobre el café.
Lucía -Ya te has dado cuenta que en viernes hacemos lo que tu quieres, y en sábado también lo hemos hecho y hasta en domingo.
Cíula -Mierda, ahora me dejas también por una estúpida llamada.
Lucía -pffffff... shhhhh... no me dejas escuchar.

lunes, 27 de febrero de 2012

manía

Tengo la manía de levantar los papeles que encuentro en mi camino. Hoy, antes de terminar de cruzar una calle muy transitada (la verdad es que no importa cuál), encontré una carta. El papel estaba hecho bola y por poco lo dejo en el suelo. Pero noté que estaba lleno de palabras, escrito por ambos lados, tachoneado, también tenía polvo y aceite. Y supe entonces que G se suicidó o se intentó suicidar o tenía intenciones de hacerlo: ya no tengo ganas de vivir, eso es todo. Estoy cansado. Tengo 93 años viviendo, creo que es normal que esté cansando. Pero yo no voy a esperar la muerte. Enfermo, acostado, cada vez más tieso ¿quién ha vivido hasta los 93 y siente que le hacen falta cosas por hacer y ver? No puedo separarme del que soy. Del cuerpo que tengo. Soy un viejo en bastón que no puede salir a la calle más de cuarenta minutos porque regreso con el pantalón meado. Tengo un par de nietos que viven lejos. Sólo los conozco por foto. Sólo he escuchado su voz por teléfono. A lo lejos la madre les recuerda 'dile a tu abuelo que lo extrañas que esta navidad sí iremos a visitarlo'. No tengo ganas de conocerlos. Han de ser una lindas criaturas. Pero yo no puedo ser su abuelo. No quiero serlo. Paso la mayor parte de mis días en silencio. O en un diálogo interior en el que mi yo y mi otro yo nunca están de acuerdo, se dicen barbaridades. Yo no sabía que pensaba eso de mí pero es la edad. Con la edad me he agarrado un odio a mí mismo. Ángela, eres la única persona que tengo cerca y que tengo. Por eso a ti te escribo. Sabes cómo me siento porque siempre me estás observando. Sabes que sufro de esta terrible enfermedad. Sabes que la vejez no tiene cura. Me molesta respirar. Me siento exhausto nomás de pensar que tengo que masticar algo. No quiero moverme ni en mi propio departamento. No quiero volver a caminar ni un solo paso. Mi hijo tiene años con mi testamento, sabe lo que debe hacer para que yo forme parte su pasado. Dile lo que quieras. Enséñale esta carta o dile que no supiste qué pasó. Ojalá los médicos no le dijeran que su padre se mató a los 93 años. Esta frase le daría a entender todo aquello que no es. Y si le dicen esto por favor dile algo. Sabe que lo quiero. Que nunca lo dejé de querer. Que si no hemos hablado por veinte años no es porque lo haya dejado de querer. Espero tu también sepas que aunque no hablamos también te quiero. No tengo más que escribir. Estoy cansado. Gracias Ángela. G.
           
             Y así terminaba la carta. La volví a hacer bola pero la guardé en mi pantalón.

domingo, 26 de febrero de 2012

yesterday

domingo

Nos hemos levantado sudando. Ayer Lucía compró una botella de vino y chocolates. Llegamos a casa, abrimos la botella, tomamos una copa y comimos chocolates. Compró también un chocolate ¿gourmet? puede ser. Caro. 85 por ciento cacao. Rico. Después de un tiempo regresamos a comer chocolates comerciales. Como canicas con un relleno merengoso de fresa. Crudas. Ambas andábamos crudas. A mí me gusta estar cruda. A Cíula. Lucía lo odia. La comida más grasosa, azucarada y condimentada es la que nos sabe mejor. Por eso tal vez despreciamos el chocolate caro, que está guardado otra vez en la alacena. Cíula pide licencia de comer cualquier cosa en estos días de cruda. Lucía otorga la licencia con un poco de culpa. Nos terminamos el paquete de canicas de estos seudo-chocolates con relleno de fresa. Encendemos una luz roja. Nuestra favorita. De aparador de puta en la ciudad de Amsterdam. Coincidimos en pocas cosas. Lucía odia tomar. Cíula no puede parar de hacerlo cuando empieza. Cíula odia correr. Cíula no quiere pensar en mover una pierna. Mientras Lucía una vez que comienza correr no puede detenerse. Pero a ambas nos gusta esta luz roja. Pusimos música. Beethoven. Chopin. Por primera vez escuchamos este tipo de música. A fuerza de repetición también nos ha terminado gustando. Y nos dormimos. No fue un sueño plácido y profundo sino sueños en los que estuvimos a punto de caernos de una banqueta y luego de una montaña. Entonces abrimos los ojos y estamos en el sillón, la luz es roja, el vino está servido. Pudimos haber trabajado en la novela. Pero siempre tenemos buenas excusas. La que escribe soy yo Lucía. La que dicta es Cíula casi siempre. Nos despertamos tantas veces por la noche que a las 6:30 nos levantamos de la cama. Es hora de ponernos a escribir decimos. Pero lavamos platos, pelamos unos chiles tatemados, acomodamos ciertas cosas. Y ahora escribimos pero escribimos esto. Que no es la novela. No.

El tiempo. El puto tiempo se siente tan distinto a como pasa en los relojes de todas partes. Y todos los relojes coinciden. Son las 7:44, eran las 6:30. Una hora y catorce minutos de pensar en escribir y no hacerlo ¿Decidia? Nos ahogamos en reflexión. Te ahogas, dice Cíula porque ella no. Entonces pensamos en intentar cortar el tiempo. Echarle limón a leche. Intentaremos hacer tanto y tantas cosas que veamos 7:47 a 7:49. Es como el maratón, la llamada ignorancia también puede ser el tiempo. Avanza antes que tu casi siempre. Y luego logras adelantarte unos pasos sabiendo que en algún momento volverá a alcanzarte. Con la esperanza de que lo vuelvas a alcanzar también.

Puto tiempo no te llevarás nuestro domingo así nomás. Escribiremos.

sábado, 25 de febrero de 2012

comencé


La novela. Tengo tiempo diciendo voy a escribir una novela y no lo hacía. Ahora que lo hago no logro convencerme que lo estoy haciendo. Pienso más en el hecho de cómo escribir cuándo escribir sobre qué escribir; que en escribir. Parece lo mismo. Pero escribir es escribir. Pensar en escribir es hipotético. Y luego pienso de todo aquello que no estoy escribiendo. De esto no estoy escribiendo, de esto no puedo escribir en esto que estoy escribiendo. Basta. Solo escribe. Eso me digo. Eso se dice.

Sí. Está naciendo, poco a poco: un alter ego. Esa que soy cuando escribo. En la que me convierto. Cuando no debo ser yo para ser la yo que solamente escribe. A la que tengo meses masticando su nombre. Mi nombre. Su nombre. Cíula. Quién es Cíula. Quién soy. Es por mucho mejor que Lucía y por mucho una mujer terrible. Por terrible entendemos majadera, despistada, libertina, hija de puta, asexual, atea, ingenua e ingeniosa, creativa, rebelde, honesta, enamorada. Es lo peor y lo mejor de mí. Soy lo peor y lo mejor de mí. Eres. Esta es Cíula. Yo. Ella. Tú. Yo soy Cíula y estoy escribiendo una novela. La primera en mi vida. En nuestra vida. Si yo no escribiera yo no existiera y punto. Esa es Cíula. Esa soy. Cíula. Mucho gusto. Hipócrita. Siempre. Altanera. Mentirosa. Verdadera. Ella. Yo.