martes, 28 de junio de 2011

sus lentes sobre la mesa

Dejó los lentes sobre la mesa, para cuando me di cuenta y los tomé y salí corriendo, su carro ya giraba en la esquina ¿Cómo es que puede manejar sin lentes? Pensé, según yo él no veía nada bien y menos por la noche, suspiré y regresé al departamento. Al entrar me senté sobre el sillón y los vi de cerca, eran unos lentes de pasta cuyo color daba la sensación de una piel de leopardo en verde olivo y negro, albergando unos marcos grandes de vidrio casi cuadrados, me los puse y creí que para este momento ya había estrellado su bora blanco 2009.
Era la primera vez que me metía con un hombre casado y para entonces no paraba de arrepentirme.
Su esposa no sabía o por lo menos yo no estaba enterada de que supiera de mí. Pero Felipe, desde hace un mes, me hacía voltear los ojos, apretar los dientes, recorrerme la cabeza de la frente hacia atrás constantemente, constantemente. Me llamaba a las cinco de la mañana para decirme que lo nuestro debía terminar, no era justo para mí, para su esposa, ni para sus hijos, o bueno para su ansiedad.
Cuando por fin lograba deshacerme del taladro, la grúa, los gritos y los martillos a destiempo de la construcción del edificio de enseguida, ponía un lienzo sobre el caballete, me vestía con una camiseta holgada de mi antes grupo favorito, tomaba muestras de los colores que utilizaría como base, llenaba un vaso de vidrio con agua de la llave, acomodaba los pinceles en la bolsa de mis jeans agujerados, y en ese momento: la llegada de Felipe.
Toca el timbre dos veces y luego abre porque tiene llave, entonces yo dejo el pincel y la paleta, bajo el lienzo del caballete y espero sus palabras. Y nuevamente a escuchar la historia, que no puede seguir haciéndole esto a Hilda, que casi no pasa tiempo con Fausto y Lulú, que en el trabajo no tiene cabeza, que se le está cayendo más cabello de lo normal, que ha engordado, que nunca está tranquilo. Creo que se ha tomado algunas cubas con sus amigos porque huele a alcohol y habla con la mirada encajada en el lienzo blanco recargado en la pared. Y luego como perro tratando de morderse la cola, a dar vueltas por mi sala, ya ves que por algo bajé el lienzo del caballete (y también quité el vaso con agua) y ahora pienso: Felipe eres patético; y luego ¿cómo llegué a esta situación? ¡yo! ¿cómo llegué a esto? Y el continúa que yo soy muy joven, que me acerco más a la edad de Lulú que de Hilda, que soy talentosa, demasiado paciente y buena, es cuando se quita los lentes, los deja sobre la mesa, se va a la cocina y regresa con una botella de cerveza, yo estoy sentada en el sillón verde a punto de darle un trago al vaso con agua de llave. Veo a Felipe como una ostra pulsante, y descubro de pronto (como una revelación) el sudor que brilla en su frente y en el par de entradas que comienzan a su pelo negro, esas entradas que ya no son atractivas y nunca lo fueron, y luego esos dientes amarillentos los cuales lava con mi cepillo porque jamás compró uno para él y cuando le regalé uno, siguió lavándose con el mío con la excusa de me quería toda en él, entonces compré un cepillo y lo guardé en el empaque dentro de un cajón, y es ése el que uso. En fin, no puedo creer hasta dónde ha llegado mi paciencia o mi lástima o mi desidia, y ésta última es igualmente proporcional a la de él, la indecisión, una relación en la neblina, albergada en el plasta gris de mi paleta. Ése día antes de olvidar sus lentes sobre la mesa, después de darle tres grandes tragos a la Indio, me dijo que se sentía tan atrapado por la situación que constantemente pensaba en una solución alterna, que deseaba un accidente o ser capaz de suicidarse y aquí fue donde por fin hablé y le dije: hazlo, me harías un gran favor; le dije que ya no me prometa como me prometió el divorcio con Hilda, o el viaje a Buenos Aires, vete y hazlo le dije viéndolo a los ojos. Sin más palabras nuestras miradas flotaron en la neblina, dejó la cerveza en el suelo, se volteó y se fue, olvidando sus lentes, los cuales tomé y corrí escaleras abajo para dárselos y fue con vi su bora blanco 2009 dando vuelta en la esquina mientras imagino que esta vez ya no volverá.
Ésa es la historia que le conté a Susana y a Javier y la que me sigo contando cuando me levanto y me acuesto, cuando empieza un día y termina. La verdad es que cuando Felipe se fue y sin lentes, hace más de un mes, era una noche en la que hacía un poco de frío y no yo no bajé ningún suéter, traía los lentes en la mano y estuve esperando algo más de una hora, no quise subir por el suéter por si Felipe volvía y se convencía a medio camino que sus lentes no eran necesarios que era mejor ir adivinando el camino (que sabía de memoria) a no tomar una decisión. Pude haberme quedado ahí parada hasta que amaneciera pero luego pensé que tampoco había bajado el celular, y quería saber si me llamaría, si en ese momento mientras yo cambiaba el peso de mi cuerpo de un teni a otro, y hacía bailar sin ritmo mis rodillas mi celular comenzaba “love, love me do, you know I love you” y otra vez “love, love me do, you know I love you” hasta cumplir las cuatro repeticiones. Entonces subí los cuatro pisos por las escaleras para hacer un poco de calor y porque el elevador era muy lento para este caso. Cuando me paré frente a la puerta me di cuenta que tampoco había sacado la llave. Ahí me quedé pensando como si pudiera aparecer la llave a fuerza de arrepentirme de mi estupidez. Me hinqué en el tapete de paja donde se leía welcome en letras verdes, (mierda) y me solté a llorar, welcome ésas lágrimas, welcome ese arrepentimiento de haber comenzado con todo y ahora de haberlo empujado a terminar, welcome a mi madriguera de soledad en donde Felipe se había convertido en el único ser vivo a parte de mí, ya que no tenía ni plantas ni mascota, welcome expectativas, planes y fotos nunca tomadas. Y en lugar de irme a casa de Susana, que vive a siete minutos caminando, o usar el teléfono de la estancia o el sillón percudido de ahí mismo para dormir esa noche, me acurruqué entre la w y la e, y cerré los ojos por 20 minutos fingiendo dormir hasta que logré hacerlo.
Entonces me levanto hoy y desde un mes y ya no escucho el ruido del vecino, ni del edificio de enseguida ni la música del piso de abajo. Me preparo para seguir pintando y pinto sin pintar, como si fuera un albañil trabajando en los departamentos de gente extraña, el ir y venir de la brocha, de un mismo color las paredes, mientras está concentrado en que pasen las horas para que llegue el de los tacos o para que pasen los días, y sea sábado y por fin las caguamas buscando detener el tiempo ahí en cada trago, en un sábado por la tarde viendo el juego, pensando que cada trago aleja el lunes.
En la noche es cuando intento llamarlo por el celular, antes marcaba y previo a darme a tono, colgaba, después lo empecé a dejar sonar más tiempo, y me mandaba a buzón al término de varios timbres, ahora entra directamente y ni siquiera es la voz de Felipe sino una computadora que me dice que deje mensaje después del tono, que marque gato, asterisco o cuelgue cuando termine. Después de 31 llamadas perdidas decirle Felipe ¿no piensas venir por tus lentes? Y es que ¿qué más le puedo decir? Hola Felipe ya que has tomado una decisión prefiero volver al círculo vicioso de antes pero no perderte así como sea: a medias un cuartito o un tercio de Felipe lo que quieras sólo en jueves tu di. Y luego comencé a llamarlo a su casa ¿por qué no a la oficina? Quería también escuchar la voz de Fausto o de Lulú, hasta de Hilda, ellos son Felipe. Para entonces ya había olvidado mi cepillo en el cajón dentro del empaque, y volví a usar nuestro cepillo y hasta en ciertos días lavaba mis dientes más de tres veces.
Fueron como diez llamadas las que hice ése día hasta que me decidí por ir a su casa, o más bien a la banqueta cruzando su casa, tenía que verlo, aunque sea del otro lado, como por una ventana o como si estuvieran pasando La vida de Felipe en televisión, darme cuenta que había vuelto con su familia y que intentaba ser feliz y que tal vez ya era feliz y sin mí y más bien que yo nunca fui su felicidad.
Entonces estaba ahí parada con los lentes en el puño, un poco sudados, veía abrir y cerrar la puerta. Primero salió Fausto junto con una muchacha bajita que no era ni Lulú ni Hilda. Luego salió Lulú mandando mensajes por celular. Y no salía Felipe. Salió Hilda con una taza negra en la mano, era muy distinta a la de las fotos que yo había visto, era más mujer y por supuesto más hermosa, aunque parecía más vieja, como si de pronto hubiese salido a la banqueta a envejecer, se despidió de Lulú con un gesto que ellas entendían y Lulú se fue. ¿Por qué hice lo siguiente? No lo sé pero tampoco se porque me decidí a estar con Felipe, o porque le dije esas palabras aquel día o porque me había venido a esta ciudad o porque no acepté casarme con Aarón, hay tantas cosas que no sabía de mi y ésta solo se formaría detrás de las demás esperando resolverse. Crucé la calle sin voltear a ningún lado, Hilda ya estaba en el pasillo hacia la segunda puerta y la primera ya se estaba cerrando, grité su nombre. La primera puerta ya estaba cerrada; corre pensé, deja los lentes en el escalón y corre, pero se me entumió el tiempo, Hilda abrió y nos quedamos viendo, Hilda repetí y cambié los lentes a la otra mano, primero limpiándolos en mi sudadera y después mostrándoselos.
Dos horas después salí de la casa de Hilda y de Felipe, caminé hacia mi carro estacionado unas cuadras antes, lo abrí, me metí y me quedé ahí. Yo no entiendo cómo las personas pueden durar tanto tiempo encerradas en un espacio tan pequeño esperando. Evito los elevadores por si algún día se atora uno en el que yo vaya dentro. Tampoco entiendo cómo las personas platican adentro de un auto inmóvil, si se pueden salir a caminar, pues ahora lo entendí, sentada ahí en el asiento del piloto, me puse el cinturón y encendí el astra negro, prendí y rápidamente apagué la radio. Me recargué en el respaldo y recordé las manos de Hilda sujetando los lentes, cambiándolos de una mano a otra, acariciándolos como si fuera una mascota. Cuando Hilda hablaba veía hacia otro lado concentrándose en sus pensamientos, cuando yo hablé me veía directo a los ojos tratando de también encontrar a Felipe en mí. Me ofreció un café con el que sólo humedecí mis labios tres veces. Me medio senté sobre un sillón largo blanco de una tela lisa donde cabían hasta cuatro personas, pero no fui capaz de acomodarme nada más recargué un pedazo de mi nalga izquierda, mientras veía mis tenis grises muy juntitos casi atados en el tapete negro con blanco. Ella estaba sobre un sillón individual que hace juego con el que yo estaba sentada, sus pompis bien puestas en el asiento, sus piernas cruzadas, sin recargarse en el respaldo pero completamente erguida, sus pies en unos tenis deportivos muy limpios o casi nuevos. Su perfume no dejaba de desconcentrarme aún con lo que me estaba contando, era una aroma maduro, dulce y fresco intercalado como a café y roble, como a pino y cacao. Desde aquel día que se fue de mi departamento y sin los lentes, Hilda tampoco sabe de él. Pasó una semana y fue a la comandancia, tres semanas más y puso un anuncio sin foto en el periódico. Llamó a la oficina y no saben nada; a casa de sus suegros, cuñados, tíos, amigos, asistente, bancos y nadie sabe algo de Felipe. Yo no tenía algo más qué aportar así que se lo dije y me levanté. Me acompañó hasta la puerta, sin soltar los lentes y me dio las gracias porque descartaba una pista más con mi visita, nos despedimos con un lenguaje que nomás nosotras entendimos y fue cuando caminé hasta el carro y me quedé casi una hora ahí atrapada pensando.