sábado, 16 de junio de 2012

empiezo

16:02
El corazón me palpita a destiempo. No muy fuerte es un palpitar normal. Tengo frío, traigo calcetines, una sudadera y siento que el cabello no se va terminar de secar nunca.

El tiempo comienza a alargarse y lo siento en el estómago. Un estómago que se expande por la fuerza del aire y de la nada. Pienso en las fotografías que he visto de niños de África con sus vientres abultados y sus ojos saltones como si nunca hubieran dejado de ser fetos y nunca hubieran sentido estar vivos. Creo que soy una tonta por comparar lo que siento en mi vacío. Ellos no ha probado un bocado. Soy ciegos que no solo imaginas las nubes y alguien debe describírselas porque no las tocaran ni las escucharan. Son sordos que no conocen ni siquiera a qué suena la palabra música, pueden sentir el viento pero no escuchan como los árboles bailan a su ritmo. Son mudos incapaces de pronunciar sus sueños y tal vez ni siquiera saben que los tienen porque jamás podrán pronunciárselos a alguien.

Escucho las gotas caer. No he visto el cielo desde hace 40 horas sólo imagino su color gris con un sol más en alto intentando asomarse entre nubes pequeñas o alguna delgada. Siento las gotas como si fueran chispas de una luz de bengala. Empiezo a sentir esa sensiblidad a la que me propuse llegar, me da un poco de miedo y también flojera, no puedo dejar de ser la que he sido en un instante. Me imaginé que podía llegar a acostumbrarme rápidamente, aún no quiero salir, me decepcionaría rápidamente de mis palabras, de mi propósito. Pero añoro el lunes, salir a la calle, caminar, esquivar carros, correr a la banqueta, saludar al viene-viene, sentir el cláxon de los carros vibrando en tímpanos y células y mandar todo a la chingada. He estado enclaustrada por 72 horas, tan si quiera por ese tiempo no necesité al mundo y claro él tampoco ¿alguna vez me ha necesitado?. He asumido una indiferencia que temía y al mismo tiempo deseaba. Y te propongo mundo que te abras ante mí como lo desees y que soportaré observarte, analizarte, contemplarte, vivirte. Yo sé que te podría dar lo mismo, mundo, pero también no pierdes nada.

Pienso en los chemos que me encuentro a la entrada del Bosque Chapultepec, todos llenos de mugre y aceite y basura, una vez le vi el pene rosa a alguno. Me sorprendí de que siguiera rosa, como si fuera la única parte que lograr limpiar de su cuerpo. ¿Qué será lo que les ha inducido tal sustancia que son parte de las calles, que son más repulsivos que los animales? Son tan extraños al mundo, y se identifican entre ellos, aún queda parte en sus cabezas que los mueve a caminar en manada. Aunque hay alguno que se mueve solo y que no lo he visto inhalar pegamento. Un día me atreví a verlo a los ojos, lo único que me ayudó a resistir su mirada es que pensé que si fuera a intentar hacerme algo, tengo más energía que él que no me alcanzaría. Hoy tal vez me costaría mucho trabajo zafarme de sus negras, asquerosas manos, de sus uñas garras grasientas y gruesas, pero también lo lograría. Aún guardo muchas fuerzas son sólo 40 horas. Comienzan a sentirse como un reloj de cemento y agua, no de arena, no fluyen pero conservo la calma, creo.

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