lunes, 16 de mayo de 2011

9. viñetas

Viñetas

• Frente a la puerta, tomo la chapa y me detengo, volteó hacia el letrero, leo Damas.

• Doy vuelta a la chapa, entro, camino, uno, dos, tres, cuatro pasos. Todas las puertas están abiertas y todos los lugares ocupados.

• Camino, cinco, seis. En el primer compartimiento. Una mujer, pelirroja natural sentada sobre la taza, llora… llora, llora, llora sin parar, voltea con sus ojos negros escurridos, perfección desalineada, lágrimas mezcladas en el borde de sus labios, tose y sigue desbordándose en lamentos, me volteo y sigo al frente.

• Siete, ocho, giro la cabeza descubriendo el siguiente espacio. De espalda, en vestido negro, un escote en V donde brota una línea curva, la columna hasta el cuello, los huesos brillan, escapan de su piel. Ella está doblada con los pies paralelos entre el escusado, detiene su cabello negro y revienta, vomita, vomita, su boca totalmente abierta, deshaciéndose por dentro. Se detiene y aún sujeta a la taza gira su cabeza, haciendo contacto, mis ojos con sus ojos con las venas rojas reventadas cubiertas de una capa cristalina, exhala humo de las narices, un olor a pescado muerto. Prosigo.

• Nueve, diez y una mata de cabello no me deja adivinar. Caen gotas de sangre, caen. Ella, acurrucada, hundiéndose su barbilla en el pecho, se recoge adhiriéndose al blanco frío marmolado de aquel asiento. Alza la cara, llevando su cabello a la espalda, aparecen unos ojos verdes azulados. Sus manos, la derecha como garra se aferra al muslo; en la izquierda lleva una navaja, larga y lisa que se ha manchado y a la que regresa la vista para seguirse dibujando finas líneas carmesí entre el otro muslo y un poco más arriba.

• Once y doce, en el último lugar, un ser de dos cabezas, un siamés vuelto sirena, dos cuerpos siendo uno, luchan al unirse y se unen en una lucha. Cuatro manos revuelven las caricias, cuatro labios se besan y se alejan, cuatro ojos coinciden, se encuentran, se abren, se cierran. Estoy de frente, no quito la mirada, siento aquellos cuerpos como el pulso en el cuello, vibran en mi piel, me llevo la mano atrás de mi cabeza, doy media vuelta.

• Doy cuatro pasos hasta el centro de aquel cuarto, estoy frente al espejo y atrás un Van Gogh que desprende un rojo escarlata, un Renoir al que se le escapa un azul en varios tonos, un Miró que disuelve en blanco, un Dalí que lanza amarillo intenso nacarado, todo el cuarto en tornasol, y destella y ciega el blanco.

• Una a una, se abre cada puerta.

• Sale la mujer de pelo cobrizo con los ojos contornados.

• Abre lento, la del vestido negro, la segunda puerta.

• Una mirada azul verde, con las piernas cubiertas por una falda larga camina al espejo.

• Dos mujeres de la mano una detrás de la otra llegan hasta el lavabo, una saca el labial, la otra se aplica polvo.

• Camino al secador de manos, las extiendo frente a mí, se prende el estertor del falso viento, mojadas aún las dejo caer a mis lados. En unísono todas comienzan a reír, hablan, conversan, sonríen y se halagan.

• Un último vistazo y ellas siguen en su papel.

• Camino a la puerta, tomo la chapa, la giro y jalo, salgo.

• Un, dos, tres, me detengo, volteo y en la puerta continúa el letrero Damas.

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