lunes, 16 de mayo de 2011

8. tallar las caricias

Al llegar a casa, bajó del carro, cerró la puerta, caminó hasta la otra introduciéndose por la entrada principal, cerró ésta, dejó las llaves sobre la cómoda, suspiró, caminó hasta la cocina. Ahí parada se detuvo, pensó si tenía hambre, sed o algo tendría que hacer. Fue hasta el refrigerador lo abrió innecesariamente, lo cerró, lo mismo con el congelador y recordó sacar el pescado para preparar al día siguiente. Al cerrar esta segunda puerta, se quedó frente al aparato en funcionamiento como si éste le fuera a confesar algo. Nada le dijo entonces se fue a su cuarto. A la entrada tenía ganas de tirarse a la cama navegar por los sueños, olvidarse del día, la noche y el día siguiente. Pero ahí estaba toda esa ropa que ocupaba el terreno onírico. Se quitó los zapatos y fue hasta el baño. Se encontró con ella misma de frente mirando ¿sería capaz de dejar correr las lágrimas? o ¿continuaría pretendiendo (hasta para ella misma)? Soltó su cabello sintiéndolo entre los hombros y el cuello. Se despojó de la chamarra y el suéter negro. Desabrochó el cinturón viéndolo por el reflejo y dejó caer los pantalones grises que detestaba, aquellos que solo usa para trabajar sino no jamás los hubiera comprado. Ahora los calcetines. Enseguida la blusa de tirantes blanca, desabrochó su brasiere, bajó el pedacito de tela que cubría su sexo. Al levantarse se encontró con el olor a él. Trataba de capturar esos destellos de aquel perfume masculino, pero solo venían como olas de un mar caprichoso. Como cazando mariposas buscaba con su nariz terminando en falsos intentos. Se acercó a la regadera, dio vuelta a la perilla del agua caliente y esperó. Tardaba tanto en llegar la temperatura indicada que se puso a pensar en lo ocurrido hace algunas horas. El agua corría. Y ella pensó en los labios de él. El agua corría. Y ella escuchó su voz y su nombre. El agua corría y llenaba el baño de vapor. Ella sintió sus manos en la cintura, la espalda, sus pechos. El agua corría, el vapor empañaba el espejo, el agua corría. Sobre ella, el cuerpo de él, delgado atlético perfecto. El agua corría empañaba el espejo, las lágrimas surgían al borde de sus ojos, y entonces entró a plantarse bajo el chorro confundiendo aquella que caía con la que de sus ojos brotaba. Se empapó el cuerpo. El cabello escurría en su espalda. Tomó la esponja la llenó de jabón olor a mango y esperó. El agua corría, empezaba en su cabeza, bajaba por su cara y cuello, delineaba sus pechos, formaba arroyos en su espalda que descendían hasta las curvas de sus nalgas, unas pequeñas cascadas desembocaban en el suelo mientras otros seguían el camino por sus muslos, piernas, terminando entre sus dedos, uniéndose finalmente con el charco en el mosaico, limpiando olores y... El agua corría, la esponja en su mano a punto de atacar, de borrar caricias, el estremecer de un cuerpo. Pensó en las ganas de una mascota que la recibiera en perpetua felicidad, llevaba meses queriendo tomar la decisión y no lo hacía. La esponja ya estaba funcionando, iba y venía por el vientre y los costados, entre las costillas y hacia el cuello, la espuma la abrazaba en consuelo. Gruesas líneas paralelas en una pierna y luego la otra. Entre los dedos de un pie, una mano y los contrarios. Entre el sexo, las nalgas, la espalda baja y lo que alcanzaba de la alta, los brazos, antebrazos, bajo ellos, entre los pechos. Sobre ellos, bajo ellos. Dejó la esponja y vestida complemente de blanco, y un olor a mango se lanzó bajó el chorro abandonándose a gotas de olvido. Las lágrimas creaban círculos en la coladera junto con los hubieras y deseos. El agua corría y formaba con ella un solo cuerpo. Llenó su mano de champú e hizo figuras con sus cabellos, como de niña, unos picos hacia arriba que vivían tres segundos. Pequeños chongos que se deshacían como el pan en leche caliente, dejando un velo de seda negra enjugando la espalda. El agua corría y de pronto cesaba, abandonándola. Tomó una toalla blanca que cayó cubriéndola como víctima de incendio. Salió y su silueta vio al espejo, secó su velo, su cuello, su anhelo y dejó caer… descubriendo su desnudez. Como si se viera por vez primera, se contempló largamente, mientras el espejo le daba forma y deshacía la nube en que estaba alojado. Peinó sus cabellos. Lavó sus dientes. Formó una falsa sonrisa sintiendo el sabor a invierno y salió al cuarto. Tomó la orilla de la colcha deshaciendo la cama, lanzando las prendas de ropa al vuelo, se integró entre las sábanas y durmió desnuda alcanzándose en sueños.

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