lunes, 16 de mayo de 2011

10. sin sábanas blancas

Había perdido su virginidad. Sentada en el excusado veía el papel lleno de sangre, la cual no correspondía a su periodo, y por ahí mismo ingresaban unas ganas de llorar.

Había perdido su virginidad. Y antes de comenzar, subió los calzones, abrochó los jeans, y le jaló al baño.

Su mamá tocó a la puerta, se preguntaba y ahora a ella – qué la hacía demorar y por qué había tarde a la casa – era una madre que había olfateado el olor a sangre de su cría o era una madre

Lavó su cara, se vio en el espejo: era ella, distinta o la misma la que había dejado de ser virgen. Se había extinguido el brillo de sus ojos. O no. No había pasado gran cosa ni algo pequeño y eso la llevaba a desembarcar…

Nuevamente la madre a la puerta. Secó su cara, respiró y salió: Todo está bien mamá. Su madre mintió también, tenía años que

Mi madre no me creyó nada, pero jugó mi juego, vi que vio la falta de ese brillo en mis ojos, o no, simplemente vio que iba a ser un momento más en el que no me entendería, no tendríamos comunicación, la verdad era otro idioma, las mentiras lo más cercano al español, me dejó ir a mi cuarto sin más preguntas. Al día siguiente muy temprano, o ese mismo día en unas horas tendría ensayo de ballet, debía dormir un rato.

Caminé hacia mi cuarto y pensé que hubiera sido más fácil que en un ensayo, logrando una extensión, algún paso extraordinario, un estiramiento sobre la barra, yo hubiese perdido mi virginidad. Más fácil. Pero lo más fácil siempre se esconde para mostrarse después de que todo ya ha pasado.

Me di varias vueltas en la cama, me paré dos veces al baño para encontrarme nuevamente con algo parecido a mi imagen en el espejo, mi imagen reflejada en la oscuridad, ya que no acostumbro prender la luz cuando voy al baño en la madrugada. Y esa sombra me reprimía que hubiera depositado lo poco en nuestra cultura que me hacía respetable como mujer.

Regresé a mi cuarto, me acosté y con los ojos clavados en el techo que tantas veces he visto me llevó a pensar a lo que había pasado hace cinco horas. Revivirlo. Había perdido mi virginidad, y no había otra cosa en mi cabeza.

Estábamos en una fiesta de disfraces, mis amigas y yo nos organizamos para vestirnos todas igual. Iríamos de indias pieles rojas: falda corta, un pequeño top, trenzas largas, y plumas entre esas trenzas. Trazos de pintura roja en los pómulos. Todo aquel prototipo alejado de una verdadera piel roja. Varias de mis amigas siendo rubias. Éramos la versión Disney, la Pocahontas.

Al llegar a la fiesta, contrario a lo que debí haber hecho, fui a servirme algo de tomar, y me decidí por tomar agua loca, el solo hecho de no tener el nombre de un licor en específico hace válido que tenga cualquier cosa de “alcohol” y cualquier color. Mientras iba terminando de llenar mi vaso y le daba un pequeño para probarla. Tenía un buen sabor, dulce, no sabía a licor. Llegó un exnovio. El cual realmente fue segundo novio, durante la fiesta habría una lista por recorrer. Ese exnovio, me recordó en ese momento, a la primera vez que me tocaron los pechos, me los estrujó y jaló de una manera en que yo creí que eso era placentero. Lo saludé como si nunca me hubiera apretado mis pechos, y corrí, alejando rápidamente mis pechos de sus manos, y me empaqué una gelatina de no sé qué sabor con no sé cuál licor.

Bailé con una amiga piel roja, ambas nos movíamos parecido, ella me copiaba un paso, yo otro, nos posicionábamos de espalda y movíamos la cadera como si no nos importaba otra cosa más que bailar, la realidad era, que no nos importaba bailar, si no todo lo demás… Luego me tomó de la mano y me llevó por un vaso más de agua loca. Sabía tan dulce que yo la tomaba como si fuera esa bebida fría roja artificial de las piñatas recién mezclada en la jarra del Sr. Kool-Aid, creyendo que disimulaba mi sed mientras generaba una mayor sed pero de actitudes estúpidas.

Caminé por el jardín donde era la fiesta. Un jardín amplio el cual albergaba tanta gente como para olvidar que era un jardín, era más bien el hormiguero humano que se había apoderado del jardín. Mientras daba un paso y otro, saludaba con una gran sonrisa a personas que nunca me han importado, les preguntaba sobre su vida, la cual era exactamente igual a la mía y seguía mi camino.

Llegué con mi exnovio, el número dos, el cual realmente era el número cuatro o sea el más reciente, había terminado hace un mes. Lo saludé y me di cuenta que como siempre estaba marihuano. De hecho iba disfrazado de marihuano, camiseta verde holgada sin mangas, pantalones de manta anaranjados, pulseras de colores, sandalias, una tira en su cabeza, y los ojos rojos. Su disfraz era suficientemente real, como pintan a los marihuanos en las películas de Hollywood. Platicábamos, el me hablaba sobre unos cuadros que recién había pintado, se entretenía mucho en describir los colores o algo así, todo esto lo decía a mi oído, yo lo escuchaba de lejos, como si estuviera a 10 metros y tuviera que leer sus labios, mientras yo veía a la gente pasar: condones humanos, conejitas de playboy, policías, artistas del momento, payasos, hombres disco, novias, una zanahoria (humana), toda esta gente que explota su creatividad solo para una fiesta. Cuando termina mi exnovio con una invitación – deberías ir a ver mis cuadros – y yo sonrío – genero una pausa, y termino – claro, sí, luego nos ponemos de acuerdo. Ambos sabíamos que jamás iría. Volteé en busca de una de mis amigas pieles rojas y me dirigí con ella. El se quedó ahí viendo no sé qué cosas, riendo de no se qué.

Me aferré al brazo de mi amiga, quien abría espacio entre las personas para poder hacer el viaje obligado al baño. Me había depositado un vaso de agua loca en la mano, que realmente estaba haciendo el efecto que advertía. Haciendo la fila al excusado de mujeres, intenté explicarle a mi amiga lo incómoda y rara que me sentía encontrándome a cada paso a un exnovio distinto. Era lógico que por todos ellos yo sentía algo, y nada, era un sentimiento caduco, y por más que tratara de descifrarlo, el verlos me producía regresiones, indiferencia, odio y placer, al mismo tiempo. Mi amiga solo movió su cabeza en señal de aprobación, la realidad es que ella estaba con la mirada fija en su propio exnovio, el reciente, con el cual había terminado y regresado alrededor de siete veces, mis sentimientos y mis exnovios era un tema totalmente ajeno. Yo no hablaba de mi relación reciente, como la suya, yo no hablaba de uno solo, como ella, así que no podía familiarizarse con el problema. Toda mi confesión era el de una extraña. Por lo que rápidamente terminé mi vaso de “vete a la chingada pues” y me metí junto con ella al baño. Ella hacía pipi mientras yo me veía en el espejo. Mi cara comenzaba a tener esas pequeñas deformaciones debido al alcohol pero no eso no me detuvo, decidí ignorar mi aspecto, y evacuar mi vejiga para más ingerir más agua loca, esa mierda que me estaba convirtiendo. Ambas salimos al encuentro de un vaso más para cada quien, se nos cruzaron más pieles rojas, acompañadas de luchadores y bomberos, nos pasaron unas gelatinas del terror, y nos dieron un caballito del peor tequila posible. El objetivo se había convertido en ponerme verdaderamente estúpida, lo suficiente para no hacer consciente mi estupidez.

Y de pronto, frente a mi apareció el número uno. Mi primer novio, por lo tanto mi primer exnovio en mi vida. Vestido de policía. Con esa sonrisa ingenua, alegre, llenándome de recuerdos y de ilusiones nuevamente, como si tuviera 15 otra vez. Y en ese tiempo suspendido voltea a verme. Me saluda de lejos. Yo sonrío, como si lograra algo bueno con esa sonrisa. Nuestra miradas dibujan una línea recta, por esa línea poco a poco me acerco a él. Nos saludamos. En este momento ya no sé qué le dije. Ni por qué reí. No tengo idea de qué hablamos en esa hora que estuvimos ahí parados. Yo solo recordaba mi primer beso, el me lo dio, hace más de cuatro años. Lo fuerte que latía mi corazón cuando me pidió que fuera su novia. Lo fuerte que latía mi corazón cuando decidí terminarlo, para que cada quien tomara su camino, porque el se iba lejos, y porque yo, por ser mujer debía terminarlo. Llegó una de las pieles rojas a jalarme y llevarme con ella, tenía un problema que no entendía, recuerdo que le dije que no tomara una decisión, no sé realmente de lo que hablaba pero ese fue mi consejo. La verdad es que el consejo era para mi, pero no me había escuchado.

Mientras hablaba con mi amiga, se acercó mi exnovio el marihuano, empezó a decirme que estaba arrepentido por haber terminado conmigo, que me extrañaba, que le gustaría que le diera una segunda oportunidad, que deberíamos ir a platicar a otro lado, a dar una vuelta, sin tanta gente que esté interrumpiendo. Yo le dije que sí, que a mi también me había puesto muy triste el haber terminado, que deberíamos hablar con calma, que… Y en ese momento caminé hasta con mi primer novio y lo besé, lo besé largo y fuerte, como si no hubiera nadie alrededor, como si mi último novio no se hubiera quedado atrás de mi observando. Me di cuenta de lo que había hecho y me alejé de ambos, rápidamente caminé hasta algún rincón de ese jardín, en el camino, nuevamente, el vaso de agua loca en mi mano. Me aferraba a ella en mi necesidad de definir mis sentimientos.

En mi cabeza había albergado la idea de que mi primera vez sería con mi primer novio. No en el momento del noviazgo, ya que ambos consideramos que yo estaba muy chica. Pero sí en ese momento, años después, con el cuerpo caliente y la cabeza obsesionada. Había comenzado a llorar, sola en una esquina del jardín, entre dos olivos, me confundía la urgencia por terminar con esa situación. Sentía que mi relación no terminaría con el hasta no haber acabado con todas mis ilusiones por el. Dejé los olivos, aventé el vaso y me caminé hasta el.

Me vio totalmente perdida, desparramada y sufriendo. Me dijo – te voy a llevar a tu casa – y salimos de la fiesta. En ese momento llegó una de las pieles rojas, totalmente en desacuerdo con la idea de que yo me fuera. Y yo insistí que ya quería irme. Entonces ella decidió acompañarnos. En el camino yo no hablaba con alguno. Ellos platicaban. El insistía en llevarme solo. Ella insistía en acompañarlo. Yo les dije – Váyanse a la verga los dos – mi amiga molesta se dio la media vuelta y regresó a la fiesta. Yo seguí caminando sin saber cuál había sido su reacción. Llegamos hasta su carro.

En el camino, llegó a una tienda. Compraría condones. Y seguimos el camino, el cual comenzaba a ser muy largo, me quedé dormida. Me levantó para darme cuenta que habíamos llegado a un horrible motel. Donde nos recibió una mujer con una actitud y pinta peores a las mías, en algún momento yo reaccioné. No quería hacer esto. No quería entrar en uno de esos cuartos. Pero ya había comenzado con el juego. Ahora lo terminaría. En este momento odié mi constancia, la forma en que me aferro a las cosas hasta terminarlas, creyendo que así tendré satisfacción siempre, me comprobaría que no siempre es necesario llevar las cosas hasta el final.

Entramos al cuarto, y en mi necesidad de no ver el lugar, de no obtener imágenes de las situaciones que se habrían generado ahí antes de mi, de nosotros, besé a mi exnovio. Recordé por un segundo esos antiguos besos. El sabor y el olor. La forma de su boca y como se mueve. Sus manos acariciándome. Me transporte a mi yo de 15 años. A mi burbuja de sentimientos. A mis ilusiones de amor. Seguimos el acto como si para mi no fuera la primera vez. El no lo sabía. Besos, abrazos, caricias, recuerdos, ideas, descubrimientos. Todo en un momento. Minutos pasaron y pronto ya estaba casi adentro de mi. Y en el momento. Vi sus ojos, nuestras miradas nuevamente entrelazadas, y con esa mirada le supliqué que no, pero con la cabeza le dije que sí. Me dolió horrible. Como si de pronto alguien hubiese prendido la luz y alumbrara el momento y el lugar en el que estaba. Ya no tenía 15 años. Ya no lo amaba, ni él a mi. Todo era una imagen de lo que fue. Y una obsesión por una idea. Me dolía. Me tiraba las entrañas, las revolvía. Me partía. Jamás volvería a ser virgen. Jamás volvería a quererlo como lo quise, ni a él ni a nadie. Tantos otros había pasado y yo tratando de recuperar con ellos lo que alguna vez sentí por el. Y no lo había logrado. El siguió y siguió. En algún momento me concentré por no quejarme más, por simplemente aguantar. Mi cara la escondí entre su cara y su hombro, no deseaba que viera mi expresión. Ansiaba terminar. Tenía que ser constante una vez más. Esto no es lo que quería. Ya por favor termina de una buena vez. Y terminó. Estuvimos tres minutos, uno acostado del lado del otro, viendo el techo sin verlo, pensando en las ganas que tenía de dejar de pensar. Quería ir al baño. Quería estar en mi casa. No debí ahuyentar a mi amiga. No debí tomar el agua loca. Mi último novio parecía más sensato en sus palabras. No debí tomarme el caballito, ni las gelatinas. Mi cabeza me dolía. Me quedé dormida.

Me levantó el sonido de afuera. Era muy temprano y yo estaba completamente desnuda. El dormía profundamente. Y así, tranquilo, respirando, con los ojos cerrados casi lo volví a querer. Me paré de la cama sin hacer un movimiento brusco o algún ruido. Busqué penoso atuendo que me hacía sentir más como una prostituta cumpliendo los caprichos del cliente que como una adolescente en fiesta de disfraces. Me quedé sentada viendo a la nada. Viendo a esa televisión que ha de tener años fuera del mercado. Pensando en que ya debería llegar a mi casa. Debería avisarle a mi mamá que voy a llegar tarde. Debí haber evitado este encuentro fortuito.

Ahí sentada, recordé lo que nunca sucedió ni sucedería. Tantas veces había pensado sobre ese momento. Tener relaciones por primera vez. Pero a los 16 años y también años después yo le llamaba, hacer el amor. Ese día le llamé coger, como más tarde le llamaría y por los años que le siguen. No hice el amor, como quería, no había sábanas blancas y limpias, velas, y una cama grande, no entraba la luz de la luna tan fuerte como para darme cuenta de que él me veía. Yo no estaba vestida linda. Y sobre todo, al final, no platicamos por horas, no hicimos planes de nada. Ni si quiera nos volvimos a dar un solo beso.

Mi primer novio se levantó, me vio ahí sentada viendo a la nada. Rápidamente se vistió y se acercó conmigo para indicarme que era momento de irnos. Fue al baño y regresó para salir de ese horrible lugar.

En el carro me costaba mucho trabajo ser normal. No tenía ganas de hablar. Tampoco de verlo. Estaba dispuesta a bajarme en ese preciso momento y caminar hasta mi casa. El decía cualquier estupidez. Hablaba sobre una película y como pronto se mudaría a la ciudad de México. Yo lo escuchaba de lejos, leía sus labios. Tenía ganas de pegarle. O mejor aún, de nunca volverlo a ver. Lo odiaba por haber contribuido a una terrible imagen de mi primera vez, y me odiaba aún más a mi.

Nuevamente en mi cama, el día iba comenzando y yo terminando de recordar todo aquello que había acontecido. Había perdido mi virginidad pero también había perdido esas primeras ganas de amar. Cerré los ojos para disimular el sueño, mi mamá entró a despertarme.

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