lunes, 16 de mayo de 2011

él y ellas

Entonces saliste del baño, cuántas veces regresarás al espejo con esa mirada insatisfecha, volteando la cabeza de un lado a otro a ver qué encuentras, tal vez en la comisura del ojo o de tus labios. Nada. Como siempre, nada.

Estoy incompleta, inacabada.

Lanzas tu cuerpo a la cama, el colchón es duro, recomendación del quiropráctico, el no sabe, aún así te paras y comienzas a brincar. No puedes alzarte, tu cuerpo es pesado. Es intentar participar en una carrera amarrada al talón de otra tú, mientras una da un paso para adelante la otra intenta con la misma pierna alcanzarte entonces la gravedad y luego otra vez estás acostada.

¿Por qué disfrutas el fracaso de tu matrimonio?

Piensas a qué restaurante la habrá llevado, qué vestido se puso o es de las que usan siempre pantalón, a qué huele su perfume. Te diviertes imaginando que es uno dulzón de los que lo fastidian; otras veces piensas que es uno con el toque floral, enmaderado y fresco al mismo tiempo, perfecto. Hay días que aseguras es idéntica a ti y a él no lo bajas de ingenuo, otros sabes que es una mujer totalmente distinta, alta, de complexión grande, tal vez ancha pero jamás gorda, de pelo corto, facciones finas, de manos fuertes pero limpias y cuidadas, que sonríe a medias porque no le interesa quedar bien con alguien; en cambio tú, ríes de oreja a oreja aún cuando no entiendes nada o el comentario o te molesta, le preguntas, amor qué quieres cenar cuando lo único que deseas es irte a dormir. Ella le exige su soledad.

Soy un cuerpo seco, empolvado, olvidado, no soy más que aquella silla o esta mesa.

Tal vez te guste ser la víctima, la víctima de ti, no hacer algo como reventarle el plato a sus pies, irte de la casa sin ropa y sin maletas y no volver. Cuando te propuso matrimonio sabías que el buscaba algo que no era casarse contigo pero sí un cambio. Después de la luna de miel nada cambió, el siguen en su trabajo, el sexo es igual, él abajo, tú arriba, asisten al mismo gimnasio, salen a los mismos lugares y con los mismos amigos.

No quiero que llegue, no quiero que regrese, quiero que me abandone, quiero que decida irse con ella de una buena vez.

Quieres tome la decisión por ti pero no, escuchas la puerta Carlos llegó a casa. Huele a sexo, piensas y ahora toda la casa está impregnada, te levantas de la cama, te encierras en el baño, llevas meses durmiendo en el mismo cuarto y en la misma cama y no dices lo que sientes. Carlos se prepara algo de comer, aunque de seguro cenó con ella, después de horas de sexo está nuevamente hambriento. Cómo se lo hará, te preguntas si ensayarán varias posiciones en una noche, si le hablará sucio, si se lo meterá por detrás. Carlos toca a la puerta y tú no contestas. Por qué no le dices que piensas si se lo hace por detrás, tú nunca has querido, ojalá te conteste para que te des cuenta que no se va con otra por el sexo, por eso no.

Escuchas su respiración, esa que aspira o más bien succiona el aire, todo el del cuarto. Aunque exageras, eres tú la que imaginas, por qué buscas ser una mártir. Después de darte siete vueltas y media en dos horas, por fin te quedas dormida, abrazas la almohada como si fuera tu sueño.

Sueño que abro los ojos y frente a mi un paisaje verde intenso, pasto tierno bajo mis pies, el cielo desde mi pecho hasta donde no alcanzo a ver, mis ropas ligeras son alas que expando, giro. Bailo al compás de las caricias del viento, undostres, undostres – me detengo. Allá viene él, mientras camina el cielo se cubre de nubes, Carlos está frente a mí, el cielo está gris y yo estoy desnuda ¡qué frío! Abrázame le pido y él se aleja, se aleja, allá va ¿a dónde vas Carlos?

Despierta. Es tarde, apurada te bañas sin lavar el pelo, olvidas el perfume, te maquillas en el auto, cierras el espejo del copiloto y volteas con él. Carlos tiene la mirada perdida al fondo del camino, sus manos rígidas en el volante, ya comienza a llover.

Antes eras tú, eras todo para él pero fuiste sólo un momento, corto, profundo, un hueco del tamaño de una huella que descubre el mar. Ahora son dos sombras refugiadas en el cielo de una noche sin luz ni luna y no amanece. Han llegado a la cena. Suspiras y sales del auto, caminas rápido a la entrada, no te quieres mojar.

Hola – sí sí cómo te va – tú también te ves divina – sí me encanta tu cabello – no he podido ir a la clase – vamos por un café en la semana – sonríes y la sonrisa queda congelada. Esas mismas palabras todos los días a las mismas caras de siempre, las amigas del café que son las del gimnasio; las parejas del tenis y de los viajes a Europa; los amigos de la jugadita y del golf; la comadre, el compadre. Huyes de cara en cara. El único que te interesa es el hombre regordete, moreno, sudado que pasea las bebidas y nota tu sonrisa que se va desfigurando. Has tomado de más. Allá va una mujer que te parece conocida, un impulso te lleva tras de ella, caminas con dificultad, te intercepta Carlos ya está listo para irse pero tu quieres quedarte hasta verle la cara a ella, le dices que vas al baño, te alejas.

Vas tras ella. No sabes a dónde se fue, viste de negro, y no es la única. No es rubia, es de cabello café oscuro como el tuyo, lacio como el tuyo, no muy alta como tú. El mesero pasa y cambias de copa, allá va ella, apuras el paso, sube las escaleras y te quitas los zapatos subiendo también vas por el pasillos buscándola, en dónde se ha metido, ahora sí necesitas ir al baño, abres una puerta y la encuentras, a ella, de espaldas, te disculpas estás a punto de salir pero te detienes y volteas. Su cara se asoma en el espejo. Se va la luz.

Algo sucede, dentro o fuera. Llueve afuera o tal vez adentro, en ese cuarto. No ves, no escuchas, no huele a nada pero sientes una punzada en el estómago y luego en la cabeza. El cuarto se ha llenado de agua, flotas, pasa el tiempo, se erizan tus vellos, tocas los peces que nadan ahí dentro. Regresa la luz y alguien está tocando a la puerta del baño. Le jalas al excusado, te arreglas el vestido y abres la puerta. Ahí está esa mujer o es un espejo, con la mirada te exige la salida, estás a punto de decir cualquier cosa pero no se te ocurre algo, sales del baño y ahí está Carlos esperándote, sus ojos negros preocupados.

Salen de la fiesta, entran en el carro, Carlos enciende el motor y avanza, se detiene en el semáforo abres el pequeño espejo del lugar del copiloto, todo el rímel está corrido, tu cabello está empapado, volteas a tus pies, olvidaste los zapatos. Abres la puerta, sales, y cierras la puerta, Carlos voltea, se quedan viendo, el semáforo está en verde, el taxista acciona su claxon, das varios pasos hacia atrás hasta topar con la banqueta, Carlos voltea hacia enfrente y acelera.

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