jueves, 28 de marzo de 2013

el mito


(La novela esa que comencé por esto que hace mucho tiempo pasó, ¿pasó?, los cristianos y católicos suplican que pasó, ¡por favor Dios existe!... risas...)

El mito
 
1ª estación: cae Esperanza

“Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que según su grande misericordia
nos hizo renacer para una esperanza viva,
por la resurrección de Jesucristo de los muertos,...”
(Pedro 1, 1:3).



Que se ponga a dieta por Dios. Hay que conseguir más tela, el traje no debe quedarle ajustado. Las ropas son aguadas.
Se necesita más dinero que el año pasado y que el anterior. Siempre se necesita más dinero.
Y más metros de tela roja en satín, ¿de tul?, con eso tenemos, falta más tela de algodón azul, también amarilla y café. ¿Los tocados?, que sean los del año pasado, también los muebles. Debemos pintar algunas partes, tráete más cubetas de pintura: color café, azul; muchas de blanco y también de verde. Hay que conseguir plantas y hojas de palma. ¿Cuánto va de la colecta? Ave María, tal vez tengamos que hacer tres rondas para juntar más. Necesitamos sacar copias de los cincuenta y dos libretos. Y redactar la carta para el presidente de Ciudad Guzmán, decirle que este año subió un poco, o nomás cambiarle la cantidad y la fecha. Ya está quedando todo listo, aunque a ver dicen que María está embarazada. ¿Alguien sabe?, hay que preguntarle. No puede andar panzona. Imagínate en tres meses, una María panzona. ¡Saquen a ese perro que nomás está estorbando! ¿Qué pasó con los chivos? ¿Ya se los pidieron a Don Josué? Me canso de andar correteando a todo mundo. Ya estoy vieja. Esto debe salir solo. Con los ojos cerrados. Llevamos cincuenta y tantos años haciéndolo. ¡Muchos! Muchos años. Eso sí, cada vez sale mejor. Debe ser pan comido, todo mundo sabe lo que le toca, todo mundo a trabajar. ¿Dónde está el Jesús?, otra vez a batallar con él porque eso de la memoria no se le da. Se me hace que ese chamaco... quién sabe, le tenemos que exigir que se meta a su papel. Nada de novia, ésa estorba. Consíganme al Tomás, quiero verlo. Casi cinco años con lo mismo, es el colmo. Sino lo encuentran pues hasta mañana. Quiero que entienda que no puede andar noviando estos tres meses. Ya después de que pase el evento que haga lo que quiera. Y es que de plano no hay otro ojiverde en el pueblo. Así que, que no me ande con distracciones. Pásame la caja, lo voy a contar otra vez y váyanse cada quien a lo que ya sabe.
Ésta es doña Epe. Podría ser una vieja tranquila pero tiene la energía de un adolescente. Originaria del Rincón aunque vivió largo tiempo en ciudad Guzmán. Es una señora delgada, pequeña y de cabello gris. Siempre viste de negro. Siempre está erguida y camina a paso acelerado. Epe es maestra y consejera del pueblo. Vive sola en una casa de dos cuartos, ella duerme en el cuarto pequeño. Tiene árboles de frutas en el jardín que cuida como a sus perros. Y tiene dos pastores alemanes que cuida como si fueran sus hijos pero no tiene hijos.
En este momento Doña Epe está rasgando la pared con la mano derecha, mientras con la izquierda se aprieta la caja que traía al centro de su vientre.
¡Ah!… ¿está alguien ahí?... ¿hay alguien por ahí? Grita doña Epe, grita más recio ¡¿está alguien ahí por Dios?!…
Pero no hay nadie en casa de los vecinos. Ni cerca. Ahí estarían para ver qué le pasa a la viejita, que no es cualquier viejita, es doña Epe y acaba de caer al suelo.
Los perros de doña Epe están ladrando y rascando la puerta. Ha caído boca abajo en la estancia, a los pies de la cruz colgada en la pared y junto a la caja de la recolecta. El dinero no ha dispersado, la caja cayó completa hasta al suelo.


Los que están en el cuarto observan a doña Esperanza hasta quedarse idos luego se ven entre ellos, después sus ojos recorren el suelo o el techo. Cuando pasan minutos de acostumbrarse se sientan, o van al baño, se preparan un café. Pero ninguno deja de pensar y cuestionarse, las preguntas son las mismas: ¿Ahora qué? ¿Y ésto dónde se cura? ¿Yo cómo ayudo? ¿Cuánto vale un tratamiento?
            Esperanza se sienta sobre la cama, ve sus manos, plancha las sábanas con las manos. Ahora ¿qué vamos a hacer? ¿Qué va a pasar sin la vieja? ¿Qué sucede cuando la familia se queda sin el padre?
            Doña Epe malacostumbró al pueblo. Era la intermediaria, que no les corten la luz o el agua. Mandaba por el médico cuando el enfermo no podía ir a la ciudad. Ella llevaba y traía al padre todos los domingos para que diera la misa. Todos. Hasta que juntaron para una camioneta.
            La doñita trabaja en la iglesia. Una iglesia solitaria y a medio construir. Ahí la encuentras siempre, en su pequeña oficina. Organiza el calendario de todos los años: las festividades, las colectas, la recaudación de cobijas, juguetes, dulces, latas, o cualquier cosa que se necesite. Recibe un sueldo de las donaciones que la gente hace, y un dinero extra de la venta de ates y licor de guayaba. Trabaja más que un padre o una monja. Trabaja más que Dios. Pero eso sólo lo piensa cuando llega a su casa muy noche mientras se acuesta a dormir y siente cada uno de sus huesos. Es la encargada de las clases de catecismo, de organizar la primera comunión, el rosario de los sábados y la vendimia del mercadito. A doña Epe no le gustan los niños, no lo dice, pero no le gustan. Y a los niños les da miedo. Pero encontró cómo involucrarlos en la iglesia. A Elisa, que canta tan bien, la nombró la encargada del coro. A Elisa no le importa Dios, luego, luego se nota, pero organiza las reuniones y los ensayos para el coro de manera impecable. Y su novio, Amadeo, toca rebonito la guitarra, entonces entre los dos ambientan las misas de modo celestial. Elisa tiene 12 años, Amadeo 11. Son como una parejita casada de años donde uno ya sabe perfectamente lo que el otro quiere sin que se lo diga.
            A Oralia, otra de la niñas, a la que le encanta la cocina, la invita a participar haciendo las comidas que se venden en la quermés. Se hizo una colecta para comprar un horno para pan. Oralia aprendió a hacer pan y pizza, con solo 13 años tiene su negocio, su madre le ayuda y les va bien. Aunque ambas subieron de peso, sobre todo porque nunca hay tanta gente a la que se le pueda vender, entonces mamá e hija se comen parte de lo que sobra, ni modo que lo regalen, no es negocio.
            Estamos de regreso al cuarto de doña Epe, ¿qué va a pasar pues?, el que pregunta está parado en el marco de la puerta, acariciando su blanco bigote. Es don Heraldo, un frustrado corredor de caballos quien supuestamente participó alguna vez en unas Olimpiadas o en una competencia importante en el país o en otra parte del mundo. Es el chofer de doña Epe y siempre la acompaña a toda partes.
Cuando van en carretera, doña Epe le dice ¿Quiubo Heraldo por qué le da tan rápido? Y don Heraldo se calma, no logra llegar a más de 90 km/h porque casi nunca va sin ella. La camioneta es una de las pocas del pueblo. ¿Quién es el dueño? Puede que Heraldo puede que Doña Epe, dicen que doña Epe fue la que compró la camioneta pero jamás la ha manejado.
            Antonia se le queda viendo a Heraldo porque ella también piensa ¿qué va a pasar? Antonia es una mujer de complexión rellena, cabello corto y baja de estatura. Ahora se está tallando las manos, una y otra vez, como si quisiera desprenderse la piel, es un gesto que hace al sentir nervios. Después se limpia el sudor de las manos sobre su pantalón rojo y dice entre dientes ¿a poco Epe se va a tener que ir a la ciudad? 
Antonia es la mano derecha de Doña Epe, tenía problemas con la bebida. ¡Mira nomás cómo te pones Toña!, le decía Doña Epe. El vino es del diablo. Hasta que lo logró y dejó de tomar. Gracias a Dios y a Doña Epe se curó la ansiedad por la bebida. Ya puede disfrutar de las reuniones sociales aunque siempre está a punto de arrancarse las pecas de sus manos regordetas.
            Ay Doña Epe usté siempre tan buena, le dicen. Ay Doña Epe no sabe cómo le agradezco. Ay Doña Epe no se nos vaya a ir de aquí porque luego qué hacemos.
            Y Doña Epe con una enfermedad y ninguno sabe bien qué es, cómo se siente o cómo se cura.
            En este momento todos se mueven alrededor de ella. Como planetas en torno al sol. Algunos se sientan, otros se levantan, unos más se asoman por la ventana. Heraldo sale a fumar. Antonia ahora teje, desteje y vuelve a tejer lo mismo. Todos están en silencio, como si hubieran pactado no hablar. Como si hubiera pasado un ángel. Pero en los pensamientos de cada uno hay un griterío. Un monólogo desencadenado de preocupaciones, probabilidades y preguntas sin respuesta, de repuestas sin pregunta.
Así pues sigue la mañana un poco más hasta que doña Epe se quiere levantar a estirar sus piernas y no la dejan; insiste, pero ellos insisten más. Le dan una taza de café y se reacomoda en la cama, le acercan el bote de azúcar y una cuchara.
            Doña Epe gira la cuchara muchas veces y deja la taza sobre la mesa. La vuelve a tomar y vuelve a girar la cuchara, por fin le da un pequeño sorbo al café. El café ya no está caliente, un trago más y dice, aquí no pasa nada hasta que sepamos, me voy unos días a la ciudad y a ver qué me dice el doctor, alguien más va a tener que encargarse del evento. ¿Quién dice yo? ¿eh?
            Y todos en silencio. Normalmente doña Epe se avienta todo porque es la que sabe. Es la única que verdaderamente sabe. 51 años organizando el viacrucis en el pueblo.
            Antonia piensa que debería ser ella la que organice todo. Eso es lo que más quisiera. No tiene que ponerse a investigar ni tampoco hacer algo distinto ¿Leer la biblia? Ni Dios lo mande. Ya está todo ahí en el libreto. Pero claro, tiene miedo, es mucha responsabilidad. No confía en sí misma. Aunque nada más es un evento. Pero es el evento del pueblo.
            Es donde doña Meche vende todos los moños que elabora durante ocho meses. Eliseo mata a sus chivos, hace taquiza y la comida se acaba. El de las papas vende cinco veces lo de un mes. Hasta Celerio aumenta al triple la venta en la farmacia. Es cuando se reúnen los Villanueva, los Arnaiz, los Campoverde y los Suárez, ni siquiera en navidad están todos. Llegan desde el sur y el norte de México. Desde los Estados Unidos... una vez vino el primo de Antonia desde Canadá.
            Esos días no puedes ni caminar, las calles son ríos de colores y fluir de risas. Compras un montón de cosas que no necesitas y quedas como bobito de tanto comer. Te da gusto ver a tu tía aunque se vea medio vieja. Y a tu prima aunque la escuincla haya quedado panzona.
¿Qué va a pasar? La voz de Heraldo aleja a todos de sus pensamientos.
Se escucha el sonido de una camioneta, todos voltean hacia la ventana, doña Epe es la única que sigue con la mirada en la taza.
            ¿Qué va a pasar pues? Repite Heraldo. Y todos regresan la mirada al centro del cuarto. Allá afuera la camioneta se estaciona, se abre la puerta del lado del piloto y se baja una mujer alta, rubia, que parece de otra parte, ésa no es de El Rincón. Voltean hacia fuera, hasta doña Epe vuelve la cabeza, siguen a la mujer en su camino hacia la plaza.  A doña Epe le dan unos escalofrío y pide una cobija. Todos continúan viendo a la mujer. Doña Epe repite que si alguien por favor le puede traer algo para taparse. Heraldo y Antonia reaccionan ambos van por la cobija.

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