miércoles, 13 de febrero de 2013

Tres y tres

Cerró la cajuela con las tres maletas dentro, un dos tres: cada una cerró su puerta y aceleraron. Al cruzar la frontera mostraron sus pasaportes a los gabachos, sonrieron falsamente, avanzaron, conectaron el ipod y comenzaron la plática ¿Cuántas horas se supone que son?…, es que creo que el hombre que va a ser que me enamore tiene que…, la neta si vas a trabajar en algo que no te gusta es porque te tienen que pagar…, siento que mi hermano está pasando por una etapa en la que necesita encontrar otro tipo de gente…, a veces quisiera decirle a mi ex que es mejor que no hablemos es que cada vez que hablamos…, oye, ¿qué pasó con Susana?, ¿se fue a vivir o de viaje?, me encantaría vivir en Nueva York…, ¿qué?, ¿se murió de cáncer?, estaba muy joven, ¿cáncer de garganta?…

Es la primera vez que las tres llegan a la ciudad de Los Ángeles, van a celebrar año nuevo con unos desconocidos: cenar, brindar, tomar, bailar, ar, ar, ar.

Lisa va al volante, dice que le gusta manejar en carretera, según ella hay algo en la simetría del paisaje que absorbe al automóvil, de pronto éste se convierte en punto de fuga hacia un destino que pretende y promete una abstracción total de la realidad. Las otras dos, Mariela y Bea, la voltean a ver mientras habla. Bea con un gesto de no lo había pensado, y Mariela de no me importa. Las tres concluyen que el objetivo es la fuga.

Si se quedaban en la realidad de su ciudad natal, se quedaban en el remolino hacia arriba, hacia abajo y hacia ninguna parte, el mismo desde el día en que cumplieron los 15 años. Una ciudad que repite conversaciones, personas, experiencias y hasta olores (a cuetes) en cada uno de los fines de año. Como las moscas que se quedan pegadas al plástico extendido cubierto de miel. En este plástico se alojan miles sin que sientan necesario zafarse, sonriendo, como si fuera normal y cómodo estar ahí.
Llegaron a una avenida cercana al lugar en donde iban a ver a los desconocidos, pretendían encontrar una tienda de licores y comprar alguna botella para la cena. Entre los locales el primero era de dulces mexicanos que tenía un nombre que hacía rima con la palabra Oaxaca, después pasaron un local de pollo frito, unos más que estaban abandonados, un local de electrónicos hasta que alguna comentó que parecía un barrio de esos que aparecen en las películas de Hollywood, donde tienes americanos de toda raza excepto blancos. Caminaron entre las calles como si estuvieran ensayando un paso de rap, rieron de la no realidad de la que ahora formaba parte.

Entraron a una tienda de licores atendida por un coreano, el coreano las envío a un súper mercado, el mercado tenían las cajas llenas de parejas y familias comprando pollo rostizado, bolsas de congelados, cerveza y vino espumoso. Encontraron botellas de vino de colores rojos, rosas o casi transparentes, las etiquetas tenían dibujos de animales de zafari. Al final salieron al encuentro de aquella calle escenario del paso de rap,  comenzaba a meterse el sol entre las casas y entre las casas había un límite visible del día y la noche. Así que esto es L.A. dijo alguna y todas rieron.
Después de varias vueltas llegaron a una tienda donde compraron cerveza y dos tintos. Se fueron al encuentro de los desconocidos, llegaron a una casa verde tomada por decoraciones navideñas que en lugar de acogerlas las hizo dudar (¿fuga?), uno de los desconocidos salió al encuentro y ya no hubo vuelta atrás. Ellos se entusiasmaron con la visita, todos se terminaron la primera cerveza del día y en grupo fueron al hotel Azul Inn. La emoción llevó a los desconocidos a pagar el cuarto de ellas, ellas se hicieron como que veían el techo, los volantes turísticos, la televisión de la recepción, después agradecieron y fueron a cambiarse.

Al volver a la casa navideña en vestido y zapatos todos tomaron vino, cenaron y terminaron con algunos whiskeys. Pidieron un taxi para dirigirse al bar, a Lisa le tocó el desconocido número dos y platicaron; a Mariela le tocó el gringo a su lado, y a Bea conocer al número uno. La conclusión en el baño fue que ninguna estaba emocionada por los desconocidos, las tres desearon que fueran aún más desconocidos como para irse a conocer a otros. Sin embargo, el número uno sacó MDMA y las tres sonrieron como si les hubiera aparecido un billete de cien dólares en sus bolsas. Tomaron sus dosis y la fiesta se volvió fiesta. Bea corría por el lugar sobre la espalda del número uno. Mariela coqueteaba con el dos como si fuera el hombre más interesante de Los Ángeles, California. Lisa perdió de vista al gringo y se encontró con un argentino, dejó al argentino y conoció a uno de Nueva Orleans, dejó al negro y platicó con uno de los de la banda en vivo, bailó sobre el escenario y caminó por todo el lugar hasta que encontró a Gio. Ambos sonrieron, uno al otro, como si se encontraran en una isla siendo los únicos, se acercaron siguiendo una línea recta. Todas felices para siempre por las próximas dos horas, comenzaba un nuevo año. Beso, abrazo, feliz dos mil trece, mira que somos tres y tres.

Horas más tarde Bea y el uno estaban destruyendo el lugar quebrando botellas, Mariela y el dos reían aunque Mariela volteaba a ver a todas partes en señal de socorro. En el baño Lisa besaba a Gio hasta que alguien no paraba de tocar la puerta. Cuando Lisa y Gio volvieron con los demás, ya se habían ido y había un montón de vidrio por el suelo, los meseros no dejaban de juzgarlos con su mirada, retrocedieron y salieron. En la calle esperaron por una hora y media a un taxi que les cobró cincuenta dólares para llegar hasta la casa del amigo de Gio.

En el trayecto Lisa se enteró que Gio venía de Nueva York, visitaba a un amigo de Georgia que vivía en Los Ángeles. Georgia, huh?, cool! Después supo que no era de Georgia el estado sino el país, que se llamaba Jorge como el 80 por ciento de los hombres de aquel lugar y que lo apodaban Gio como a Giorgio Armani, dijo ella y se sintió tonta.

Al llegar al departamento del amigo georgiano detectó algunos libros en otro idioma, alfombra, ventana y balcón hacia una alberca medio sucia (tal vez por la temporada). Comenzaron a besarse hasta que Lisa se quedó dormida, su último recuerdo fue el de un sexo malo pero tampoco podía describir detalles, tal vez lo había imaginado, estaba cansada y no podía dejar de cerrar los ojos.
Al siguiente día Lisa despertó en calzones entre los brazos del georgiano, ambos en un sillón de la sala donde en cualquier momento podía bajar el amigo y verlos. Al verlo dormido cree Gio tiene una cara linda y se conforma.

Gio se despierta, la besa en el cachete y en la boca, Lisa está lista para una segunda vuelta (para ver si así se acuerda). Lisa trae los pechos hinchados esto la prende, se siente mejor desnuda que con ropa… sin que Gio se despierte comienza a besarlo, le muerde una oreja, le acaricia la cabeza, el cabello, el cuello, le toma el pecho con sus dos manos, lo rasguña, le aprieta el abdomen, y los muslos hasta las pantorrillas, regresa sus manos a los muslos, mete su mano adentro del bóxer y se detiene. Gio ya despierto reacciona y pregunta qué pasa, claro que sabe qué es lo que pasa pero Lisa disimula y continúa acariciándolo, ya no quiere montarse en él, ni tener sexo, voltea a ver su vestido en el suelo como si fuera a brincar y tomarlo junto con los zapatos para salir corriendo. Corre Lisa corre, piensa, no tengas sexo malo. Pero no a Lisa le da por la caridad, se monta sobre Gio, frota su cuerpo con el de él por un tiempo considerable, se baja los calzones mientras Gio se pone el condón. Lisa se decide, toma el pequeño artefacto y se lo mete, se mueve hacia arriba hacia abajo, grita un poco pensando más en sus pechos que en el sexo que está teniendo, Gio se viene, Lisa se quita, lo abraza un poco, se levanta, camina desnuda, se pone los calzones, se pone el vestido, toma los zapatos, Gio la observa, le dice que la acompaña a tomar un taxi pero que quiere darse antes un baño. Lisa mueve los hombros en señal ya nada de lo que siga puede decepcionarme. Y ve a Gio subir por las escaleras mientras piensa, ¿cómo le hacen los hombres con un pito tan pequeño?, ¿cómo?, ¿ algún día llegan a tener buen sexo?, ¿habrá mujeres que se apiaden de ellos no sólo por una noche sino por el resto de sus vidas?, y pensar que Georgia está tan pegado a Rusia y pensar que la rusa no puede ser posible con un pene como ése.

Lisa se sienta sobre el sillón, acerca la computadora que está sobre la mesa pensando que es de Gio, reconoce que disfruta el jazz que toca. Sabe que el amigo georgiano no bajará. Comienza a hurgar entre los documentos que tiene a la vista, encuentra algunas fotos de un concierto de jazz que posiblemente tuvo lugar en Nueva York hace unos días, y revisa el horario de clases de box de algún gimnasio de aquella ciudad.

Se levanta, toma la cámara profesional de Gio, sale al balcón y comienza a tomar fotos de los objetos que encuentra con el lente: la alberca sucia, un salvavidas rosa chillón flotando, una banca deshecha, las macetas sin plantas del balcón vecino, el cuadrado que dibuja el sol en la pared del edificio de enfrente.

Baja Gio, abraza a Lisa por detrás y toma la cámara de sus manos. Salen a la búsqueda de un taxi. Lisa camina en sus tacones, el vestido del día anterior y una sonrisa de no tengo de otra parezco una puta (una puta caritativa). Gio la toma de la mano como si fuera su pareja mientras bajan una colina y por un momento Lisa reconoce el verde de California, el aire fresco y cálido al mismo tiempo, Los Ángeles, el azul del cielo y hasta cree sentir un nuevo año, la libertad, mientras va cuesta abajo por una ciudad desconocida con un hombre desconocido después de un mal sexo.

Después de terminarse el jugo artificial de fresa con naranja, Lisa le da un beso a Gio, se sube al taxi y cierra la puerta. Le entrega la tarjeta del azulín (Azul Inn) al taxista y recorren una eterna autopista en donde Lisa le lanza la historia que Gio es su novio ruso desde hace tres años, y ella es colombiana. El taxista intrigado pide más (del cuento) y ahora Lisa contesta con monosílabos.

En el reencuentro de Lisa, Bea y Mariela las tres se quejan del peor sexo de sus vidas, de la fiesta increíble que nadie recuerda y del largo recorrido que tienen que emprender de regreso. Mariela va al volante con un dip de cebolla entre las piernas al cual acude con una papita y otra de vez en cuando, Bea está medio dormida mientras Lisa se termina un café gigantesco con cuatro cucharadas de azúcar. Lisa cierra con una frase antes de que todas queden en silencio sobre que tal vez estuviera bueno que el auto se convirtiera en un punto de fuga y avanzar, avanzar, avanzar sin darse cuenta, estar de regreso en el origen insertarse en el plástico con miel de su pequeña ciudad, cerrar los ojos, sonreír, descansar un poco.

Felicia Ge
(c'est moi)

en algún otro blog (que tampoco es de papel) http://travelet.org/2013/02/viaje-tres-puntos-tres-y-tres-felicia-ge/

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