miércoles, 6 de febrero de 2013

Dios-dios, Adán, tú, yo y el otro

como renacuajo, fui remojada en el catolicismo de una escuela privada: no escuché, no hablé, no vi otra cosa que no fuera la palabra de Dios hasta que un día me volví rana y Dios se volvió dios, salté al mar (y aunque en el mar no hay ranas pues no sé cómo he sobrevivido, flotando, tal vez).



Dios-dios, Adán, tú, yo y el otro



Soy como cualquiera. Como todos. Como tú. Soy cualquiera. ¿Creo en Dios?, alguna vez creí en él por todos los días de un largo tiempo, luego dejé de creer.
Ahora, de vez en cuando creo. Han habido momentos en los que siento temor, en los que quiero creer que existe: Dios, y creo. Un lunes por la noche o un domingo al amanecer. Quiero una posibilidad fuera de mí. Creo y luego existe. Después me duermo, me levanto y nuevamente Dios no existe. Y es como si nunca hubiese existido. Me río de él y de mí.
            Pude haber sido cualquiera pero soy yo, no soy tú. Aunque te diga que te entiendo, no es cierto. Tampoco me creas que siento lo que sientes. No me pondré en tus zapatos, no voy a tener tus pantalones, ni me va a quedar otro saco que el que uso.
Estoy condenada a una vista de dos ojos, a mi propio pulso; a subir y bajar, caminar, correr con sólo este par de piernas y pies. No soy como tú, no he sido, ni seré. Y si mi boca suelta unas cuantas palabras como yo era como tú o quisiera ser como eres, dime que miento.
Miento, me invento historias de una yo que deseo, quiero darme crédito de lo que sucede y me gusta, de la que soy y no soy, la que imagino, la que quisiera y jamás voy a ser entonces pretendo.
            He deseado la vida de otro, he deseado su suerte. Lo he deseado tanto que signifique su muerte o tu muerte. Pero me creo incapaz de matar o no logro aceptarme o aceptarte que soy capaz. Descarada. Yo también lo pienso. Porque he matado tantas veces, todos los días deseo la muerte del otro. Tal vez la tuya. Nadie ve las cosas como yo, tú no sientes lo que estoy sintiendo, tienes tu propio pulso. Jamás me entenderás, no nos comprenderemos.

Hoy no creo en dios. Pero es el único que creo creó al hombre, a su imagen y semejanza, y todo eso: Adán. Que si lo lees al revés, lees náda. De la nada nace Adán. O de dios o de Dios. Ahora sé, siento y creo que todos incluyéndote a ti somos Adán.. Que si volteas las letras dice náda somos. Somos Adán y nada.
Y eres el Adán de un día minuto momento sobre un entorno en un todo que sucedió como orquesta sucede el tiempo, como sucediste y sigues sucediendo, todo eso que te configura, pero también pudiste haber sido otro.
Cualquiera pudo haber tomado la forma, mente, el espíritu, la energía, las vibraciones y pulsaciones de otro. Pero no, estás condenado a ser tú.

Hoy también vi al otro, a ti, a los otros en él. Un hombre en una gran camioneta negra último modelo que se lanzó contra otro hombre, el otro en una bicicleta la cual traía una silla para niño. El hombre en bicicleta (¿afortunadamente?) iba solo. El hombre de la camioneta al golpearlo y asustarlo gritó “¿por qué me pegas pendejo?”. Todos los demás, nosotros, los otros, el dueño del café, los clientes (yo incluida), los limpia-coches esperamos una reacción de alguien, del otro, de los otros, guardamos silencio esperando. El de la bicicleta pedaleó rápidamente, no dijo algo y sólo se fue. El hombre de la camioneta se subió, dio un portazo y arrancó. Después del silencio, los demás, nosotros, volvimos a lo nuestro. El limpia-coches remojó su trapo, una de las clientes siguió su lectura, el dueño del lugar me preguntó qué deseaba, ordené un café del día y comencé a escribir como cualquiera y ahora tú lo estás leyendo.

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