miércoles, 29 de febrero de 2012

pequeñas sorpresas

Cíula -Lucía no puedes dejar de literaturizar todo. Cuando cocinas estás hablando con estas frases rebuscadas y filosofando en cualquier estupidez. Hablas con una cuchara y con un pedazo de carne. Que podría ser un pedazo de animal muerto. Pero ahora sólo lo convertirás en mierda y estás hablando con él.
Lucía -Gracias Cíula, me has recordado que casi todo lo que introduzco a mi boca será convertido en mierda. Pero es que tú siempre estás esperando tener toda la atención.
Cíula -Quiero salir.
Lucía -Siempre quieres salir, siempre quieres tomar, siempre quieres fumar, siempre quieres un chocolate, coger, un dulce, un café.
Cíula -Siempre ¿por qué no?
Lucía -Porque el siempre te aleja de realmente disfrutar salir, tomar, fumar, un dulce o un café. Porque una vida llena de placeres también llega a ser vacía.
Cíula -Lo que pasa es que tu nunca quieres salir, nunca quieres tomar, nunca quieres fumar, nunca quieres coger, rara vez dejas que consumamos un dulce y bueno sí lo que en menos objetas es sobre el café.
Lucía -Ya te has dado cuenta que en viernes hacemos lo que tu quieres, y en sábado también lo hemos hecho y hasta en domingo.
Cíula -Mierda, ahora me dejas también por una estúpida llamada.
Lucía -pffffff... shhhhh... no me dejas escuchar.

2 comentarios:

  1. Borges y yo.

    Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pase de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con el infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.
    No sé cuál de los dos escribe esta página.

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