domingo, 26 de febrero de 2012

domingo

Nos hemos levantado sudando. Ayer Lucía compró una botella de vino y chocolates. Llegamos a casa, abrimos la botella, tomamos una copa y comimos chocolates. Compró también un chocolate ¿gourmet? puede ser. Caro. 85 por ciento cacao. Rico. Después de un tiempo regresamos a comer chocolates comerciales. Como canicas con un relleno merengoso de fresa. Crudas. Ambas andábamos crudas. A mí me gusta estar cruda. A Cíula. Lucía lo odia. La comida más grasosa, azucarada y condimentada es la que nos sabe mejor. Por eso tal vez despreciamos el chocolate caro, que está guardado otra vez en la alacena. Cíula pide licencia de comer cualquier cosa en estos días de cruda. Lucía otorga la licencia con un poco de culpa. Nos terminamos el paquete de canicas de estos seudo-chocolates con relleno de fresa. Encendemos una luz roja. Nuestra favorita. De aparador de puta en la ciudad de Amsterdam. Coincidimos en pocas cosas. Lucía odia tomar. Cíula no puede parar de hacerlo cuando empieza. Cíula odia correr. Cíula no quiere pensar en mover una pierna. Mientras Lucía una vez que comienza correr no puede detenerse. Pero a ambas nos gusta esta luz roja. Pusimos música. Beethoven. Chopin. Por primera vez escuchamos este tipo de música. A fuerza de repetición también nos ha terminado gustando. Y nos dormimos. No fue un sueño plácido y profundo sino sueños en los que estuvimos a punto de caernos de una banqueta y luego de una montaña. Entonces abrimos los ojos y estamos en el sillón, la luz es roja, el vino está servido. Pudimos haber trabajado en la novela. Pero siempre tenemos buenas excusas. La que escribe soy yo Lucía. La que dicta es Cíula casi siempre. Nos despertamos tantas veces por la noche que a las 6:30 nos levantamos de la cama. Es hora de ponernos a escribir decimos. Pero lavamos platos, pelamos unos chiles tatemados, acomodamos ciertas cosas. Y ahora escribimos pero escribimos esto. Que no es la novela. No.

El tiempo. El puto tiempo se siente tan distinto a como pasa en los relojes de todas partes. Y todos los relojes coinciden. Son las 7:44, eran las 6:30. Una hora y catorce minutos de pensar en escribir y no hacerlo ¿Decidia? Nos ahogamos en reflexión. Te ahogas, dice Cíula porque ella no. Entonces pensamos en intentar cortar el tiempo. Echarle limón a leche. Intentaremos hacer tanto y tantas cosas que veamos 7:47 a 7:49. Es como el maratón, la llamada ignorancia también puede ser el tiempo. Avanza antes que tu casi siempre. Y luego logras adelantarte unos pasos sabiendo que en algún momento volverá a alcanzarte. Con la esperanza de que lo vuelvas a alcanzar también.

Puto tiempo no te llevarás nuestro domingo así nomás. Escribiremos.

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