lunes, 27 de febrero de 2012

manía

Tengo la manía de levantar los papeles que encuentro en mi camino. Hoy, antes de terminar de cruzar una calle muy transitada (la verdad es que no importa cuál), encontré una carta. El papel estaba hecho bola y por poco lo dejo en el suelo. Pero noté que estaba lleno de palabras, escrito por ambos lados, tachoneado, también tenía polvo y aceite. Y supe entonces que G se suicidó o se intentó suicidar o tenía intenciones de hacerlo: ya no tengo ganas de vivir, eso es todo. Estoy cansado. Tengo 93 años viviendo, creo que es normal que esté cansando. Pero yo no voy a esperar la muerte. Enfermo, acostado, cada vez más tieso ¿quién ha vivido hasta los 93 y siente que le hacen falta cosas por hacer y ver? No puedo separarme del que soy. Del cuerpo que tengo. Soy un viejo en bastón que no puede salir a la calle más de cuarenta minutos porque regreso con el pantalón meado. Tengo un par de nietos que viven lejos. Sólo los conozco por foto. Sólo he escuchado su voz por teléfono. A lo lejos la madre les recuerda 'dile a tu abuelo que lo extrañas que esta navidad sí iremos a visitarlo'. No tengo ganas de conocerlos. Han de ser una lindas criaturas. Pero yo no puedo ser su abuelo. No quiero serlo. Paso la mayor parte de mis días en silencio. O en un diálogo interior en el que mi yo y mi otro yo nunca están de acuerdo, se dicen barbaridades. Yo no sabía que pensaba eso de mí pero es la edad. Con la edad me he agarrado un odio a mí mismo. Ángela, eres la única persona que tengo cerca y que tengo. Por eso a ti te escribo. Sabes cómo me siento porque siempre me estás observando. Sabes que sufro de esta terrible enfermedad. Sabes que la vejez no tiene cura. Me molesta respirar. Me siento exhausto nomás de pensar que tengo que masticar algo. No quiero moverme ni en mi propio departamento. No quiero volver a caminar ni un solo paso. Mi hijo tiene años con mi testamento, sabe lo que debe hacer para que yo forme parte su pasado. Dile lo que quieras. Enséñale esta carta o dile que no supiste qué pasó. Ojalá los médicos no le dijeran que su padre se mató a los 93 años. Esta frase le daría a entender todo aquello que no es. Y si le dicen esto por favor dile algo. Sabe que lo quiero. Que nunca lo dejé de querer. Que si no hemos hablado por veinte años no es porque lo haya dejado de querer. Espero tu también sepas que aunque no hablamos también te quiero. No tengo más que escribir. Estoy cansado. Gracias Ángela. G.
           
             Y así terminaba la carta. La volví a hacer bola pero la guardé en mi pantalón.

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