miércoles, 14 de marzo de 2012

Los cuentos de Adrián

Adrián y yo comenzamos a escribir al mismo tiempo. No sé si al mismo tiempo, pero esa es mi sensación. Yo escribía un "cuento", se lo leía y él me leía el suyo. Comentábamos. No llegábamos a algo o tal vez sí.
     Después cada uno empezó a escribir por su parte y ya no nos leíamos. Yo seguí escribiendo (después me enteré que él también) pero ya no lo buscaba. Me convencí que para leerle a Adrián o a cualquiera debía escribir mucho más, antes de hacer perder su tiempo a alguien. Sobre todo a Adrián, un ávido lector.
     Nuestros gustos difieren, él odia a Hemingway; yo no soporto a Proust. No importa. Los textos de Adrián me gustan o más bien no me disgustan. Lo escucho cuando lee. Es difícil escuchar cuanto tu también vas a leer y cuando tienes varias voces dentro.
     Ninguno habíamos publicado nunca. En nuestras reuniones llegamos a contar una cantidad de papeles acumulados que después llegaban a la basura. Yo escribía mi cuento nuevo reusando las hojas del cuento de Adrián. A veces en nuestra cita tomábamos café, vino, fumábamos, dialogábamos y cuando estábamos a punto de comenzar a leer nuestros textos decidíamos dejarlo para otra ocasión. Los cuentos de estos días eran lanzados al bote vírgenes a los ojos del otro.
    De Adrián dejé de saber hasta que supe que había publicado.
    Un día leyendo un suplemento vi el título de un cuento sobre un gato y vi el nombre Adrián Cisneros. No pensé que fuera él. Podía haber en esta ciudad otro escritor con el mismo nombre. Venía una descripción de licenciado en tal, maestría en y cuentista desde... entonces supe que era Adrián. Leí el cuento y era bueno y era sobre un gato. No era nada como sus otros cuentos que yo había escuchado y leído. Me molestaba que el protagonista fuera un gato pero el cuento era bueno y al releerlo lo comprobaba.
    Le hablé por teléfono a Adrián y me lo confirmó. Era su cuento. Ante mi insistencia nos vimos esa tarde en un café. Adrián tuvo que irse y yo pedí otro americano y saqué mi cuaderno. Quería escribir pero no dejaba de pensar en Adrián y su cuento del gato.
   Una señora que él había conocido, esposa de uno de sus jefes, tenía varios gatos. Le pidió a Adrián que escribiera un cuento sobre ellos. Adrián lo hizo. Escribió un cuento por encargo y era bueno. Me terminé el café, no escribí ni una palabra, pagué y me fui.
   Adrián me aseguró que la publicación de su cuento también había sido una sorpresa para él. Pensé, ah la esposa, claro.
   Los cuentos de Adrián y los gatos siguieron. Ahora no sólo publica en ese suplemento sino en varias revistas. Ha dado algunas pláticas y está por comenzar a impartir un curso sobre cómo escribir un cuento. También supe que iba a publicar una compilación.
   Yo sigo escribiendo. Intenté crear un cuento sobre el gato de mi portero. El cuento quedó de tal manera que cada vez que escucho los ronroneos de lola me dan ganas de salir a patearla.
   He enviado varios cuentos a diferentes revistas y concursos, nadie me contesta.
   He pensado en escribirle a Adrián y preguntarle cómo. Cada vez que comienzo a redactar ese correo cierro la página. Mi basurero se ha seguido llenando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario