viernes, 2 de marzo de 2012

fotografía

Nos acostumbramos a estar desnudos todo el tiempo. Todo el tiempo. Él ya no se preocupaba por buscar su ropa. Después del baño de antier yo dejé de abrir el clóset. Ya no busqué ni unos calzones. No hacíamos nada. Leíamos pero eso no es algo. Dejamos de comer. Dejamos de dormir. Dejé de ir al trabajo. Dejó de ir a la escuela. Dejamos sonar los teléfonos. Nada nos molestaba. Dejamos de hablar también. Él no se desesperó. Pensé que tal vez iba a correr al segundo día de estar así pero no lo hizo. Es mucho más joven que yo y tal vez por eso me hipnotizaba verlo desnudo. Imaginar su cuerpo en unos años más. Tal vez quería retener el tiempo de su cuerpo. Lo tocaba. Lo abrazaba. Lo soltaba. Se sentaba en el suelo y con su índice recorría desde mi pie derecho hasta mi rodilla, pasando a la otra hasta llegar al izquierdo. Se sentaba detrás de mí y con su nariz iba por mi columna hasta mi cuello. Nos mirábamos a los ojos todo el tiempo. Escuchaba sus párpados al abrir, al cerrar. Estábamos deteniendo el tiempo. Ahí encerrados. Los dos solos. Después de cinco días y ni un solo bocado habló y contesté. Y luego sonó, sonó y sonó su teléfono, después el mío, él se fue a su casa, regresó a la escuela y yo al trabajo. Desde entonces no sé nada de él pero conservo como una fotografía perfecta todo su cuerpo.

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