lunes, 21 de marzo de 2011

3. la mamá de mi mamá

¿Qué tienes mamá? – le dije.

Mi mamá. La mujer entrada en años, apenas distinguen unos cabellos blancos pero siento mía su piel curtida. Echada entre el lavabo del baño y el excusado, en un agujero de 30 centímetros de largo y ancho, su cuerpo albergado como una bola de papel sanitario remojado quizá por sus mismas lágrimas.

Mi abuela. Murió en el transcurso de la noche, entre pesadillas o Dios quiera, piensa mi mamá, que hayan sido sueños. Aquel día le llamó por teléfono, mi mamá le dijo – ése dolor no es algo serio, cómo vamos a ir otra vez al hospital, para que nos digan que no tienes algo. Duérmete mamá – le dijo – duérmete, verás que por la mañana te sentirás mejor, no mamá no es un dolor distinto, no mamá, duérmete.

Mi mamá. Continúa desatando una hilera infinita de palabras. Yo estaba muy cerca de ella, pero mientras se encontrara en ese breve espacio, imposible abrazarla. Nunca la había visto así. Su cara deformada era la de un bebé marchito en llanto. Sólo pude sujetar su mano pero la soltó. Parecía ahogada en el remolino eterno del excusado.

Al día siguiente de su muerte – me decía – tus tíos y yo hicimos un círculo alrededor de tu abuela, en silencio, hasta que uno habló. Comentó lo curioso de no haber recibido una llamada, de no enterarse que tu abuela la pasó mal una noche antes. Uno a uno mis hermanos dijeron que su teléfono no había sonado, yo no lloraba, no gritaba, tampoco confesé que mi teléfono sí timbró, que tu abuela me suplicó llevarla al hospital porque nuevamente se sentía mal, y yo la convencí que el dolor no era distinto, que al día siguiente estaría bien, que al despertarse todo iba a estar bien. Y cuando la llevaron a la funeraria no lloré y cuando la vi dentro de la caja no lloré y cuando bajaron su cuerpo tierra adentro no lloré, regresé a la casa sin llorar, me vi en el espejo sin llorar, vi nuestras fotos sin soltar una sola lágrima. Te lo juro, hija mía, te lo juro por Dios que no lloré.

Yo le dije - pero mamá, la abuela hace años que murió – sí hija – y te lo juro por Dios que no había llorado.

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