miércoles, 9 de marzo de 2011

ellas

En el espejo – a punto de tocarte – inalcanzable e incompleta. Con la mirada recorres tu cuerpo, te detienes. Frente a mí dos balas negras amenazan, sostenidas en el tiempo buscan pulverizarme sin tocar la piel siquiera. Quisiera cruzar a aquel lugar, que sea la otra la que no se encuentra, la que no se ve, la observada, es más fácil estar del lado que condena, mientras tú. Yo, ciega de mí, extraña, flotando en niebla densa, me congelo frente al reflejo.

Acostada boca arriba parpadeas lento, vencida, ya no buscas en las páginas del libro de cabecera, respiras. Inerte, no hay paz más que la externa, la ajena, añoranza torpemente nombrada, el desierto en la cama me devuelve unos labios secos, soy parte del mundo material, no soy más que aquella silla o esta lámpara.

Él llegará aunque no quieras, sabes que está con ella, prefieres el abandono aunque no sabes qué hacer con él ¿Sola? Soy una cría en espera de sustancia, alojada en los adentros de una casa balbuceante, deseo el rastro del abrazo, el beso en cementado, las palabras deslavadas, la sonrisa de vitrina; sujeta a momentos en blanco y negro. Una paleta de grises azulados colorea la habitación, suspiras, un día más se sienta en tu realidad. Escuchas la puerta y el arrastre de sus pasos escalera arriba, detienes tus párpados en el cierre de un negocio exhausto. Un olor a vida estremece el cuarto y a mis tejidos piel adentro, se levanta mi respiración en protesta. Te vuelves boca abajo, cautelosa quedas como si te hubieran disparado por la espalda. Me convulsiono en un mismo sueño: un paisaje verde intenso se extiende a mis pies, el cielo se dispara de mi pecho, mis ropas ligeras vuelan con mis abrazos, son alas abiertas que giran danzando con caricias del viento. Allá viene él, se acerca a paso rápido. Frente a mí ahora lo tengo, estoy desnuda, me encojo y tirito entre nubes negras mientras él se aleja con los brazos ocupados en pesados sacos de arena.

Despierta, es tarde.

Apuras el paso, te bañas sin lavar el cabello, olvidas el perfume, te maquillas en el auto. Azotas la tapa del pequeño espejo, minúsculo reflejo quema tu mirada. Las manos de él aferradas al volante, sus ojos viajan al fondo de aquel camino perdiéndose a lo lejos. Y aunque él está a tu lado. No, no está y no es él, como no soy yo; somos dos sombras que dependen de una luz artificial Antes eras tú. Antes era yo, en algún instante, corto y profundo hueco como huella que descubre el mar.

Tomas demasiadas copas en la cena, ni un pedazo te pan te has llevado a la boca, la lengua se te resbala a punto de crear frases célebres para entretener a los invitados. La cara de él te ancla a tus recuerdos, te levantas de la mesa huyendo, en busca de un refugio.

Recargada en la pared del baño, decaída la mirada, tus pensamientos te olvidaron, cuentas uno a uno los mosaicos de la pared que ocupa el espejo, aquel enemigo que no logras enfrentar ni aún en dicho estado. Una mujer se introduce a la sala del baño, liviana se alberga en su reflejo, se contempla desatando una sonrisa. La reprimes y ella busca a quien la acecha. Crees que también te abandonará en tu condición pero su mirada te sujeta, tus brazos caen y ella se acerca, tú no te mueves, ella se extiende un poco más y tú esperas, acorta poco a poco la línea que a ti lleva. Juntas en un mismo punto su respiración es la misma. Te introduces en sus ojos. Sus ojos verdes que en mi develan un jardín plantado de esmeraldas. La besé. La besaste. Uno a uno se erizan los vellos de mi cuerpo, me lanzo al precipicio liberando mis recuerdos. Se abre la puerta y sus ojos se descubren, dan un paso atrás y ella te deja. Frente al espejo sonríes. Sonrío y salgo en busca de mi encuentro.

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