domingo, 11 de abril de 2010

Pobres patos

La cena está aburrida. Qué va. Aburridísima. No me gusta el pato. Pobres patos. No nos basta comer pollo en cualquier salsa, proceso, presentación o menjurje. No, también es necesario hacer lo mismo con el pato, la codorniz, el pavo (tan solicitado en navidad), la avestruz y ¿el flamingo? No lo dudo. Joven, me puede traer un flamingo a las brasas por favor.

Es la tercera vez que entro al baño, no tengo mucho problema con excusarme, me han justificado la cantidad de copas que me he tomado. Con permiso voy al tocador, sonrío (sí, otra vez). Pero no son las ganas de ir al baño las que me hacen levantarme abruptamente. La plática o más bien, la falta de plática. La escena del futbolista, tan comentada, recomentada, archicomentada. Ahora un terremoto en Chile les da para adivinar la cantidad de muertos en el suceso. Creo que ya van 500; no, si no me equivoco ayer escuché que son 700. Qué terrible - dice ella mientras toma un trago de la pequeñísima botella de agua de plástico que se irá a la basura después de tres pequeños tragos más. Veinte pesos te cuesta en el restaurante. Deshacerte de ese pedazo de plástico cuesta más. Qué terrible. Y rápidamente pasan a discutir el nuevo corte de cabello de Jennifer López. Creo que a su tipo de cara le queda el cabello largo. Como si esas mujeres, (esas, las famosas quién saber por qué) no se alargaran el cabello de un día para otro. El problema es cuando eres una tipa normal, que vas con el estilista y no entiende la fotografía de la revista o tus explicaciones con dibujitos. Te quitan la capa de superman, voilá, te ves en el espejo fijamente, tragas saliva y aprietas la boca tratando de dibujar una sonrisa, cuánto te debo, sales sin doscientos, trescientos, cuatrocientos, depende, pero una cantidad de pesos considerable para tal desastre en tu cabeza, un nudo en la garganta, y la esperanza de que exista un producto que acelere el crecimiento de tu cabellera. Al cual corres en ese mismo momento a buscar. Tu no tienes tiempo de ir todos los días con el estilista, para que le aplique productos, extensiones, tintes o te peine de tal forma que puedas cambiarte el corte que no te ha gustado o no te queda o no te queda con ese ajuar que traes puesto. En fin todo esto, lo pienso mientras me veo en el espejo, veo mi cabello, que ya ha crecido un poco y del cual finalmente me he convencido, no se ve tan mal. Ahora estoy observando las luces del baño, los mosaicos de la pared, los mosaicos del piso, los colores del techo. Dicen que un restaurante puede ser juzgado por sus baños. Es un baño. Y se podría deducir que entre más sucio está es porque mayor cantidad de personas han ingresado al baño por lo tanto al restaurante por lo tanto tiene que ser un buen restaurante. Sin embargo este está limpio, huele bien, la música tranquiliza, está en colores verde pastel y blanco, la luz disimula las imperfecciones de hasta una puberta de 14 años. Tendré que decir algo en la mesa acerca de todo el tiempo que llevo aquí encerrada. Disculpen pero tenía una conversación mucho más interesante conmigo misma en el baño, frente al espejo. O disculpen esta reacción a sus conversaciones me han desarrollado un interés especial por la decoración de los baños de restaurantes. O, he estado pensando que he decidido raparme para ponerme peluca todos los días, siempre linda, siempre peinadita, de acuerdo a la ropa que en ese momento estaré usando. Pero es que si me quedaba un minuto más escuchando sus conversaciones, era capaz de arrancarme ahí mismo todo el cabello y que las sobras de pato se llenen de pelo nuevamente. Pobres patos.
Y ahí estaba yo, lista para pensar en cualquier otra estupidez cuando entra una mujer al baño. Qué emoción. Tal vez esta mujer tenga alguna plática interesante. O mejor aún venga a quejarse de algo terriblemente íntimo. El desempeño de su marido en la cama la noche anterior. Como aquella vez que una mujer se veía por largo tiempo sus senos, se los admiraba, se los tocaba, cambiaba de postura y los volteaba a ver, solo a ellos. Hasta que su mirada hizo contacto con la mía y me dijo, son nuevos. Sus senos, recientemente adquiridos, estaban parados, perfectos, grandes, lindos, lisos, la barbie de mi infancia, la perfección de muñeca en este momento hubiese añorado unos pechos comos esos. Y algo que no esperaba, la mujer me toma de la mano y me invitara a tocarlos. Y los toqué, divertida, como si nunca antes hubiera tocado unos senos (nunca antes había tocado unos senos operados), eran sumamente duros, demasiado perfectos. Sonreí y la mujer se me quedó viendo. Quité rápidamente la mano y la sonrisa estúpida de mi cara y salí del baño. Pero no. No, no, no. Esta mujer con la que yo contaba, entró con el celular adjunto a su oreja. Totalmente inmersa en su plática. Ni si quiera me volteó a ver. Qué va invitarme a tocar sus senos. Se introdujo en el tercer excusado. Yo escuchaba parte de la plática, sus expresiones, sus respuestas. Salió rápidamente. Y yo saqué mi delineador para realizar el protocolo de colorear mis labios. Lo destapé. Y en una especie de eco intenso escuchaba a la mujer que seguía con su diálogo. No, no lo puedo creer, decía, Marcela sigue con el tipejo este, tu crees, no el problema no es que sea más chico que Marcela es que el tipo ha de ganar en un mes lo que Marcela gasta en una semana, y Marcela ya sabes justificándose por no haber venido, cosita, o sea, el tipo jamás pudiera traerla a un lugar como este, a duras penas creo que lo aceptarían trabajando como mesero, si no es que lavatrastos. Y su risa, macabra, de villana de cuento de hadas. La bruja de la manzana con veneno. La madrastra. Aquella que no se queda con el príncipe. Ahora se ve al espejo, espejito, espejito, quién es la más bonita. Ni cuenta se ha dado que yo llevo horas pintándome la boca. ¿Por qué le molestaba tanto la relación de Marcela? ¿Por qué habla así de ella si es obvio que es su amiga? O así la considera Marcela. Esta mujer tiene envidia de que Marcela está enamorada, de quien quiere, no del que debe. Envidia su valentía. Y ella incapaz de ser feliz, de entregarse a alguien de esa manera, de enamorarse de una persona que no vale lo suficiente en su estado de cuenta. Y ahora se lava las manos, como si así se limpiara de los comentarios hechos contra Marcela. Por fin me volteó a ver, me lanzó una sonrisa a medias y se fue hacia el espejo. Ni siquiera me dio tiempo de contestarle su falsa sonrisa. Se acomodó el cabello. Se pinto rápidamente los labios. Sin delinearlos. Así nada más. Clic se abrió labial, de un lado a otro sobre su maldita boca, clac se cerró el labial, lo guardó en su bolsa y se dirigió a la salida. Y entonces veo parte de la falda metida en su calzón. Disculpa. Se detiene, gira y me ve como aquella que le está haciendo perder su tiempo, su valioso tiempo, el cual por supuesto cuesta tanto que no sé si podré pagarlo. Nuestras miradas se detienen un momento. Yo con el pensamiento en los ojos que cae hasta la boca, la boca semiabierta apunto de expulsar la noticia. Le digo. Qué le digo a estar mujer maldita. Que rompe con las ilusiones de un amor difícil, que estropea la relación de su mejor amiga. Entonces escupo la pregunta ¿probaste el pato? Ella como si mi pregunta no tuviera sentido. Y en este caso tiene razón, pues no tiene sentido, qué me importa si lo probó. Ella se queda viendo mi boca muy pintada, termina de ver mi boca y pasa a mis ojos, por un momento voltea hacia mi pelo y se va hacia alguna parte, regresa y reacciona, hoy no, pero ya lo he pedido antes, esta riquísimo, bueno el pato a la naranja es el que he probado, pero hoy pedí el huachinango al vino blanco, delicioso, deberías probarlo, creo que es el platillo de la semana. Y yo anonadada. Sí gracias. Se quedó un segundo esperando algo más. Esperando sin saber a que yo le dijera que parte de su falda estaba dentro del calzón. Yo pensé en la desconocida de Marcela, sonreí y me volteé para quitarme un poco de pintura de los labios. Desde el espejo alcancé a ver su gesto de indiferencia y su triunfal salida. La falda negra, elegante, de gasa dentro de un calzón color crema, aguado, feo. Mi doble sonrisa frente al triunfo de Marcela. Marcela en este momento sonreía y no sabía qué era lo que le causaba tanta gracia. Y detrás de aquella mujer ridícula una fila corta de patos que se escapaban de la cocina, mientras todos en el restaurante estaban concentrados en el huachinango.

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