martes, 2 de agosto de 2011

tatuaje

(Tátau: marcar o golpear dos veces.)

Y de seguro más y no es necesaria la tinta, ni la aguja, ni buscar el diseño, ni preguntar si el tatuador es bueno y cuánto cuesta. Porque hay tinta espesa como la sangre, incolora como las lágrimas, permanente como las cicatrices, las profundas, las que contemplas una y cien veces através de los años, y ahí te quedas, minutos-hora suspendido pensando ¿cómo fue que me hice esto? ah sí, y luego en efecto dominó vienen todos los sucesos y luego otros recuerdos que ya nada tienen que ver con aquel que te perforó la rodilla, la cabeza o la cara.

He estado pensando en acerme un tatuaje, pero me siento obligada a realizarme varios, un montón, uno por cada recuerdo albergado al fondo de mi piel, sumergido, y así impulsarlo al relieve, a la epidermis, que otros sepan de mis gustos, de mis muertos y mis ayeres, ayeres albergados en el hoy, donde se mantienen vivos, donde no son el ayer y seguro serán el mañana. No habría espacio libre para alguna cicatriz o lunar, ni si quiera una peca, mi cuerpo tendría que estar totalmente entintado, de colores y formas, de recuerdos y momentos capturados, encerrados en una palabra en japonés o en arameo, en un árbol, un corazón o la Virgen de Guadalupe.

Me tatuaría sin duda las arrugas de las manos de mi abuelo, el fragmento de un poema en zapoteco, el ojo que esperó mi abuela hasta su muerte, las marcas en la panza de mi madre, me tatuaría tu nombre, tu nombre: tu nombre, en donde comienza y termina mi boca, en cada uno de los dedos que oprimen cada una las letras de tu nombre, en mi pubis, entre mis senos y mis ojos, en toda la espalda, recalcarte en mi cuerpo donde habitas desde hace mucho tiempo. Recalcarme en la piel que desde que me fui la tinta con la que escribo es la materia prima de tu nombre impregnado, adherido y disuelto en mi cuerpo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario