¿Se parece al día uno?
Es idéntico, tus actividades son exactamente las mismas pero es también lo contrario.
Amaneciste más temprano, te levantaste, observaste por la ventana que nadie caminaba las calles de por ahí a esa hora, pospusiste el despertador para levantarte, sentiste que pasaron tres minutos y no una hora.
Pero no hay resistencia.
Te levantaste, desayunaste porque amaneciste con un hambre feroz ¿De vida? Tal vez, pero sólo tenías comida a la mano, un horario de llegada y un lugar predestinado.
Tu trayecto fue distinto en su semejanza. Semejante tu sentimiento, sintiendo la ansiedad de llegar, pensando en la posibilidades del recorrido y tu mente enfrascada en el viene y va de lo mismo. La llegada y llegar, la llegada y llegar, tanto que te es imposible saber qué sucedió en la llegada, solamente supiste que llegaste hasta llegar.
Recuerdas al hombre que vendía desayunos por 10 pesos. El hombre sirviendo una bebida densa y chocolatosa dentro de un pequeño vaso de unicel, el hombre levantaba en alto la cuchara honda y dejaba caer el chocolate espeso.
Después el saludo a tus compañeros del pasillo. La mañana. Se celebra el aniversario de la muerte de Monsiváis. Leer una nota del 2010 a medias sobre el lugar donde vivía hasta levantarte para la primera junta.
Acudir a la comida de trabajo en una pizzería, pensar en todas las excusas posibles para no ir a la comida. Para sólo desear quedarte frente a tu computadora y terminar de leer la nota sobre Monsiváis o sobre todos los Monsiváis de tu país y del mundo que no tienen que estar en una comida observando un partido de fútbol.
Por momentos piensas que todos los partidos de fútbol son lo mismo. Se repiten expresiones, celebraciones, jugadas y el marcador final. Aunque por momentos entre espacios del suceso en turno hay pinceladas que se distinguen. Gestos en el boleador de zapatos, sonrisas compartidas, gritos de emoción que reverberan.
El hombre que devoraba una torta sin voltear a ninguna parte, clavando su mirada en la pantalla, mordiendo de izquierda a derecha, parado al centro de la banqueta, con su refresco presionado bajo el brazo hasta que llegan los comerciales.
Esperanza depositada en el otro. En los otros. El sueño propio fue imposible de obtener, se acabaron las fuerzas y la energía, ahora volteas con el otro y suplicas un 'cambio', una llegada, que obtenga algo a favor de todos. Como si de pronto por un marcador se resolvieran grandes problemas de diferencias, de desigualdad e injusticia.
Vuelves a una junta más para salir a tomar una bicicleta y rodar entre la lluvia, los camiones, los coches y tantas personas que pasaron su día como el tuyo. Que no obtuvieron algo más, sólo momentos de esperanza depositados en el cosas pequeñas: que no llueva más fuerte, que haya agua caliente, que el departamento no esté muy sucio, que me pueda dormir temprano, llegar a la clase de yoga, que no haya demasiado tráfico.
Se escurren tus párpados como el chocolate de la mañana, como la lluvia en las hojas de los árboles, como los sueños de todos y cada uno que resisten hasta que se van cerrando como lo párpados cuando ceden al cansacio de una vida que no complique demasiado vivirla aunque a veces no te haga sentir viva, aunque parezca un mismo día y sentimiento una y otra vez.
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