Se ha terminado mi trabajo. Y hoy lunes cambia mi rutina. Me levanté más tarde de lo que ya comenzaba a ser normal, seis de la mañana, horario que solía causar asombro a quien lo mencionara, desayuné y me dirigí al gimnasio.
Sabía que iba a encontrarme a mucha gente, entre los propósitos de año nuevo y el remordimiento de las comidas de navidad, esperaba las caminadoras llenas, en cada uno de los aparatos fila para que el siguiente pudiera completar sus repeticiones.
Pero no, el gimnasio estaba prácticamente vacío. En lo que entré comencé a caminar cada vez más rápido para cerciorarme que la gente no estaba escondida en alguna parte del lugar, haciendo un protocolo tipo fiesta sorpresa. Me detuve un segundo y conté los días, cerciorándome de que habían pasando los suficientes para que hoy fuera lunes. La idea comenzó a gustarme, tener prácticamente todo el gimnasio para mi solita, aunque era imposible utilizar los diferentes aparatos al mismo tiempo. Me subía a una de las caminadoras y comencé a estirar. Me paré por un segundo, me dirigí hacia el estéreo, puse algo de música para acompañarme y regresé a seguir caminando. De pronto el gimnasio comenzó a llenarse. Entraban en grupos de no menos de tres personas, en su mayoría señoras. Que obligadamente hacían un comentario sobre la música al entrar, cuestionándola, el ritmo, el volumen, ¿dónde estaba el pop que sus hijos arduamente les habían inculcado?
Al finalizar mi sesión de cardio me armé de valor me dirigí al estéreo y subí el volumen de la música que me disgustaba totalmente pero que de alguna forma era mejor que el lejano cuchicheo aunado con las risas eufóricas de las señoras. Las señoras casadas, con hijos, sin trabajo, que conducen una van familiar último modelo tienen un especial modo de ser que solo entre ellas se soportan, aunque se critican más que aceptarse, pero yo no puedo con ellas, las ignoro y solo pienso y espero que falten muchos años más para que yo tenga la exacta imagen y semejanza que ellas portan. Los señores son más discretos, algunos me molestan con su sola presencia, entre querer ser amables, terminan siendo patéticos, saludan con una sonrisa que hace tiempo llegó su fecha de vencimiento, sus canas, su calva y sus arrugas desentonan totalmente con esos músculos que lucen en su cuerpo, aunque son peores los que presumen una barriga abominable, junto con una papada que al correr no sabes cuál es la que gana al temblar.
De alguna forma tal vez todos somos trágicos en el gimnasio, yo con mi ropa totalmente mojada por el sudor, y mi manera de odiar a casi todo el que frecuenta el lugar. Los entrenadores con sus malteadas de proteínas y deseos de ser un cliente más en el gimnasio exclusivo, las señoras y sus pláticas superficiales y sus pechos igual, los señores con sus ganas de no volverse viejos y otros sin poderlo ocultar, los adolescentes y pubertos que levantan el triple de peso de lo que ellos son, las adolescentes que se creen la mejor especie de este lugar, no portan arrugas, ni tampoco necesitan aún cirugías, hacen 15 minutos en una caminadora y sus glúteos conservan la forma y la altura y se mueven delicadamente al caminar. Todos trágicos y patéticos, todos conmovedores y susceptibles, entran y salen de este lugar…
Después de hacer ejercicio, esa misma rutina, la que me desconcierta, a veces, y me tranquiliza otras, cuando he estado varios días sin conocer el tiempo, sin saber de esos días, sin reconocer mi papel en la comunidad, en el proletariado, en fin, después de reencontrarme con la rutina, la que casualmente también la titula así el entrenador al programa de ejercicios que me ha diseñado, como si quisiera burlarse de la monotonía de mi vida, finalmente terminé la serie de ejercicios y he caminado hacia los vestidores, igual, como todos los días o como lo hago de lunes a viernes, entré al lugar sin saber que este día sería distinto a los demás, que iba a rompérseme mi querida rutina, no había una persona ahí en las regaderas, volteé a consultar la hora y fui en busca de mis cosas, jabón para el cuerpo y también uno para la cara, acondicionador, esponja, rastrillo y toalla, aproveché para quitarme los tenis y calcetines, y calzarme unas sandalias de plástico, nunca me ha gustado bañarme con sandalias, pero mucha gente dice que así se pasan infecciones en los pies, pero pienso si toda las mujeres que ahí se bañan utilizan sandalias, entonces quién es la que me pasará esas infecciones tan prometidos, finalmente emprendí mi camino hacia las regaderas, me detuve al costado de un espejo, mientras noté algo en el reflejo, me acerqué a buscar de qué ser trataba, algo en mi expresión había cambiado, como si también el paso de los minutos se hiciera notar en mi cara, o el paso de los planes irrealizados, sin embargo era la primera vez que veía algo así en mi rostro, me quedé viendo esperando reconocerme o alguna respuesta a ese cambio, ahí estuve un tiempo, unos segundos, o minutos, tal vez hasta diez minutos, el ruido del tic tac colgado en la pared me dio a entender que no habría respuesta y que era necesario meterme a bañar, siendo o no yo, era el momento de entrar bajo la cortina del agua fría, mojar mi cabello con agua limpia, enjabonar mi piel, sentirme lo más limpia posible, finalmente reanudé mis pasos, entrando al cuarto de las regaderas me pareció encontrar ocupada la que normalmente utilizo, entonces seleccione la de enfrente, al entrar, me sentí incómoda, entonces tomé mis cosas y me paré afuera de la que yo consideraba mi regadera medio asomándome, no se escuchaba un ruido y no había nada sobre la banca de enfrente, en realidad no estaba ocupada, entonces sobre la banquita disponible deposité mi toalla y comencé a desvestirme, me solté el cabello el cual traía muy húmedo y enredado por el sudor, mientras me despojaba de la ropa, la iba doblando para que quedara acomodada, síntoma de la herencia de la obsesión compulsión de mi madre, de tener acomodada hasta la mesa del restaurante, de pronto un escalofrío me recorrió el cuerpo, al que hice caso omiso, más bien me apuré a desprenderme de los calzones, y abrí la cortina, me inmuté, paralizada, como si el tiempo se detuviera o como si me hubiera transportado hacia la historia de un cuento y la vida que comenzaba a vivir en este momento ya no era la mia encontré a una mujer tirada, totalmente desnuda, con su cuerpo lleno de agua y de sangre, sangre con agua, su cara veía hacia el suelo, no sabía si estaba muerta, no creía que estuviera muerta, jamás había visto a un muerto ni a una muerta, entonces no hice nada mas que verla, contemplarla, como si fuera un cuadro hecho por un gran artista al que finges gran atención pero esperas más bien una explicación para poder interpretarlo, leer la pequeña reseña que aparece a un costado esperando que no sea Sin título, pero junta a ella no había ninguna reseña escrita, ni si quiera tenía un jabón o champú o rastrillo que me ofreciera alguna pista de quién es esa mujer, solo estaba ella y su cara miraba hacia el piso, de pronto pensé que tenía frío, pues yo tenía frío, me acababa de dar cuenta, pero luego pensé que si estaba muerta lo más probable es que no tenía frío, no tenía nada, y la envidié ¿qué será no tener nada? No hay frío, no hay calor ¿será como la primavera? ¿qué será estar muerta? ¿sabrá ella que aquí estoy yo?
Extrañamente no me preocupaba que me encontraran con ella, pero no quería que más personas supieran que ella se encontraba frente a mi, muerta, tampoco deseaba ya saber quién era solo quería un poco más de tiempo para contemplarla, para imaginar su historia, para siguiera cambiando el rumbo de mi historia.
Tomé una toalla limpia y me la envolví, no quería que el encabezado del periódico se titulara mujer desnuda encuentra a mujer desnuda tirada. Me senté en la banquita de enfrente, pensando, o tratando de dejar de pensar. La mujer parecía de unos 40 años, pero solo veía su cuerpo, la cara es la cual realmente me alojaría un mayor acercamiento a su edad. Su piel blanca. Su cabello corto, café claro. Tal vez la rutina había acabado con ella. Tal vez ella había acabado consigo misma a razón de tanta monotonía. Unos minutos antes había discutido con otra mujer, esa mujer con un marido que ella comparte, habían empezado a insultarse, a gritarse, a desplazarse por todo el baño, una detrás de la otra a paso rápido enfrentándola, exigiéndole el que se haya intrometido con su vida o más bien con la vida de su marido, afectándola a ella, echándole en cara la falta de sexo en su cama, la necesidad de un cambio en su imagen, el ocio en el que se sumerge todos los días, el mismo menú de comida desde hace tantos años, las clases de cocina desperdiciadas, los hijos absorbentes/molestos/ingenuos, todo en su vida se sentía tan mal a la llegada de la otra y tenía que hacérselo saber, por eso la había matado, tal vez.
La cantidad de pastillas que habían pretendido sustituir los alimentos en su cuerpo para que al fin pudiera utilizar aquel vestido que hace tanto se compró y lucía tan bien en el aparador, nunca en ella, poniéndose el objetivo de entrar en él. Y en entonces el cuerpo se había desparramado sobre el piso de la regadera, como un bote de pastillas cuando recién quieres abrirlo y debes utilizar hasta los dientes, tal vez.
Tal vez en un golpe de ilusión había descubierto que la vida está sobrevalorada y que desde siempre existe la muerte para cambiar de aires, y mientras el agua caía sobre su cabeza, su cabello y su cuerpo decidió remojarse en la muerte, deshacerse ahí mismo dejando que se escurriera toda posible explicación y cayera en la rendija con el resto del agua para viajar por el drenaje.
¿Y si no está muerta? Solo se desmayó y golpeo tan fuerte su cabeza por lo que le salió sangre. Y yo ahí sentada, contemplándola.
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