lunes, 16 de mayo de 2011

2. huele a do

La música comienza. Hemos caminado un largo tramo hasta llegar frente a aquel producto que se hace llamar músico. Aquel hombre frente a mí, sobre un escenario, en chamarra de cuero, sin cabello alguno, sin instrumento.

A mi alrededor el estruendo en los labios, brincos a destiempo, escurridas sonrisas.

Un papelito, papelititito más bien, al centro de la palma de mi mano, lo contemplo por alrededor de un, dos, tres, cuatro segundos y lo guardo. Mi amigo, aquel de gorrito negro y lentes de pasta me voltea a ver, está a unos cuantos pasos con una sonrisa cómplice, a la espera de aquella alquimia que le está por suceder… lo arrancará de mi lado, me dejará absorta en mi soledad, a la espera de su regreso y más bien él buscará encontrarme pronto a su lado y me lo exige: no la pienses, nada más métetelo.

Me doy media vuelta, mis botas negras caminan hasta detenerse en los adentros de un compartimento del baño, bajo la tapa del excusado y saco de nuevo: el papelito. Como cuando arrancas la hoja de un cuaderno de espiral y poco a poco le desprendes los pequeños pedazos que le cuelgan cercanos al margen, si tomas un pedacito de esos es idéntico a aquel que traigo dentro de mi mano.

Desde el comienzo establecí que no tomaría uno completo, ni la mitad, sería entonces la mitad de la mitad, un cuartito, nada más.

Sentada en la tapa del excusado, admiraba de cerca aquello, los restos de una hoja de cuaderno en mi boca, la compaginación de mis sentidos. Lo leí en internet y en las bocas de ciertos adictos: sentirás los colores, verás los sonidos, probarás las palabras. Probarás las palabras ¿a qué sabe la palabra conciencia? Acaso ¿amarga o seca? ¿a qué sabe la palabra dios? ¿es insípida, sinsabor… pero tal vez fresca como el agua?

Tocan a la puerta, una mujer desesperada por evacuar los líquidos que la someten a cierta estupidez no cesa de crear un toqueteo intenso, arrítmico.

Introduzco el papelito en mi boca, debajo de la lengua: hace poco lo perdí, a él, ya no lo veré, no lo voy a tocar, su loción ya no quedará impregnada en mi mejilla por el resto del día, tampoco viviré en sus ojos… alcanzó a leer frases que buscaban atarlo, encadenas retenerlo porque buscaba retenerlo. Su cuerpo perdido en las sábanas blancas en un dolor indescifrable, sumergido en morfina, lanzándolo a sus peores recuerdos y a la liberación de aquellas tajantes punzadas por cada uno de sus vellos y yo… buscaba retenerlo.

Antes de que aquella mujer accionara su revolución exigiendo mi salida, abrí puerta y sonreí.

Las botas, una a una, regresaron a formar parte de aquella masa, a un costado de los tenis de mi amigo.
Suspiré y la música comenzó a sonar por dentro, entre la piel, los huesos y las venas, iba como sangre de pies a la cabeza y de regreso, huele a do… una brisa salada al borde de los labios, sabe a re… re menor, helado de coco se disuelve en la lengua… me abraza un fa sostenido mayor y me siento pequeña, segura, cálida… de pronto el silencio se cuela por mi boca, nariz y pecho, un camino se extiende invitado mis pasos, mis botas allá del otro lado de esa puerta…

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